Naturaleza y cultura
Los animales tienen una vida psíquica encerrada en un abanico de posibilidades sumamente estrecho. Sus instintos, instrumentados a través del paleocortex, lo llevan a siempre repetir, generación tras generación, los mismos gestos y las mismas obras, con un margen ínfimo de variación adaptativa. El hombre, por el contrario, mereced a su neocortex, es capaz de innovar en este campo y de crear, en su mente y en la materia, formas nuevas. Son estas formas la que, memorizada y transmitida, constituye la cultura, o sea un patrimonio de que los individuos disponen en función de su capacidad de asimilación. De ahí resulta, como muy bien dijo a la Alain de Venoist, que toda oposición conceptual entre naturaleza y cultura carezca de sentido: la cultura forma parte de la naturaleza del hombre, y solo de él.
Si bien el patrimonio cultural está disponible para todos, no todos están en condiciones de asimilarlo en la misma proporción, ni menos de acrecentarlo mediante la creación de formas nuevas. Entre los hombres, la desigualdad está mucho mas marcada que entre los animales de cualquier especie. Digamos, retomando la clasificación cualitativa de Otto Ammon y de Georges Vacher de La Pouge , que la capacidad de creación, nula entre los brutos, es ínfima en los asimiladores que constituyen la masa de cualquier sociedad y reducida en los realizadores que sólo pueden desarrollar y concretar ideas ajenas, mientras que se manifiesta normalmente en los iniciadores para alcanzar su grado máximo en los genios que, cuando los hay, forman parte de estos últimos. En este campo como en todos los demás, el individuo se ubica y evoluciona en el seno de su medio físico y social por actualización de su potencial genético: está determinado por sus genes y condicionado por el ambiente. No está hecho de la asociación de un animal y un ángel: su cuerpo y su alma no son sino dos aspectos de una misma realidad unitaria. La capacidad cultural no se le agrega desde afuera, pues, sino que pertenece a su código genético.
Lo que es cierto, a este respecto, para los individuos no lo es menos para los conjuntos de individuos que poseen en común, en cierta medida, cuantitativa y cualitativa, cierto número de caracteres somáticos y psíquicos que se transmiten por herencia biológica, vale decir para la raza, los pueblos y los linajes. Por ello lo esencial del patrimonio cultural de la humanidad se debe a muy pocos pueblos: a los que han tenido en su seno, de modo constante, a una minoría apreciable de creadores, con una masa receptiva de buen nivel. Los demás se limitan a imitar, en una medida variable, las formas creadas por los primeros o, como las especies animales, a siempre repetir, con ínfimas variaciones, los mismos gestos y las mismas obras. Razas, pueblos y linajes son, por lo tanto, desiguales, no solo desde el punto de vista parciales, vale decir según criterios más o menos arbitrariamente elegidos, sino también en valor absoluto, esto es en capacidad de creación.
Cada conjunto histórico crea, pues, su propia cultura según su naturaleza, vale decir según su potencial genético. De ahí que las razas, los pueblos y los linajes sean, no solo desiguales, sino también diferentes y que valgan precisamente por una diferencia que implica una desigualdad. Cualquier sea su nivel, toda cultura es respetable, puesto que expresa a un conjunto humano tal como ha sabido y sabe afirmarse en su medio. El jusnaturalismo igualitario, que procura reducir los pueblos, como los individuos, a un esquema racional, uniformemente aplicable a todos, contradice el auténtico derecho natural a la identidad cultural, o sea a la diferencia. No existen ideas platónicas desencarnadas que tengan un valor universal, pero sí formas dinámicas hereditarias que se actualizan en diversos niveles. Claro que todos los seres humanos tienen la misma conformación anatómica y fisiológica. Pero su capacidad física y psíquica de utilizar sus distintos órganos varía, de uno a otro, cuantitativa y cualitativamente. Para igualarlos, hay que reducirlos a su mínimo común. Así se eliminan las diferencias. Lo cual significa, desde el punto de vista cultural, no elevar a los hotentotes* al nivel de los europeos, lo cual es imposible en razón de las características cerebrales de los primeros, sin rebajar a los europeos al de los menos creadores de los africanos.
Imponer a un pueblo, cualesquiera sea los medios empleados, una cultura que le sea extraña constituye un etnocidio. Desde la Revolución Francesa a la segunda guerra mundial, el igualitarismo trato vanamente de trasladar a los pueblos de color el patrimonio cultural europeo. Por la esclavitud en América y por ciertas formas de colonialismo en el África y el Asia, intento difundir entre los negros y los amarillos los idiomas, las religiones y las normas de educación de los blancos. Lo consiguió en cierta medida, y el resultado no es muy brillante. Pues se destruyeron o abastardizarón así culturas auténticas que respondían a la naturaleza de sus creadores, para reemplazarlas por formas extrañas que, en el mejor de los casos, no eran sino imitaciones superficiales. Europeizadas, las élites locales renegaron de sus raíces y sus integrantes se convirtieron en meros imitadores, en “animales de circo”. En su estructura tribal, el negro es autentico y respetable. Pero, para blanco no sirve…
Desde 1945, el proceso se ha invertido. Siéndole imposible convertir a los negros y los amarillos en blancos, el igualitarismo está empeñado en introducir en la cultura europea elementos extraños que provienen del patrimonio de los africanos o de los asiáticos, tal como han quedado después de 150 años o más de desvirtuación. Esto va desde los esfuerzos de lévi-Strauss para reducir las estructuras de los pueblos europeos a las de tribus caníbales hasta la “música” rock y el orientalismo de pacotilla. Mientras las élites africanas y asiáticas tratan de imitar superficialmente a los europeos, éstos se dejan impregnar de culturas ajenas desprendidas del contexto en el cual tenían sentido y, además, atrozmente deformadas. Mediante este doble proceso, las diferencias que hacían el valor de unos y otros se van atenuando, pero, en ambos casos, en un nivel inferior. Aún dentro del mundo blanco, la paulatina substitución de los venerables idiomas que se fraguaron a lo largo de milenios según el sentir de cada pueblo por este pidgin franco sajón que es el ingles tiende, no a una unificación de Europa que solo se puede realizar valederamente en la afirmación de diferencias complementarias, sino al nivelamiento de una subcultura apátrida.
Toda teoría que disocia la cultura, como si fuera el producto de universales desencarnados, de las características genéticas de la raza y el pueblo ayuda, cualesquiera sean las intenciones de sus defensores, a legitimar indebidamente el etnocidio. El culturalismo se hace así el instrumento del igualitarismo nivelador.
Jaime Maria de Mahieu 1970
JUSNATURALISMO
1. Jusnaturalismo en general.- Con el término «jusnaturalismo" se designa unánimemente aquella filosofía y orientación del pensamiento que afirman en general la existencia del derecho natural: por derecho natural, a su vez, se entiende una ley de naturaleza reguladora de las acciones humanas, un ius naturae que se erige para siempre como principio de regulación de un orden jurídico racionalmente constituido y como modelo apriorístico de los ordenamientos positivo-históricos, cuya juridicidad tiene que cualificarse y valorarse por su correspondencia con dicho
1. Jusnaturalismo en general.- Con el término «jusnaturalismo" se designa unánimemente aquella filosofía y orientación del pensamiento que afirman en general la existencia del derecho natural: por derecho natural, a su vez, se entiende una ley de naturaleza reguladora de las acciones humanas, un ius naturae que se erige para siempre como principio de regulación de un orden jurídico racionalmente constituido y como modelo apriorístico de los ordenamientos positivo-históricos, cuya juridicidad tiene que cualificarse y valorarse por su correspondencia con dicho
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