Presentación del Diccionario de Ciencia Politica.

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jueves, 14 de octubre de 2010

EL ORIGEN DEL MANDO: LA VOLUNTAD DEL PODERÍO SOCIA

Por un lado, pues, desigualdad de los individuos que forman la "materia prima" humana de todo grupo social y, por otro, necesidad de que uno o varios de dichos individuos manden a los demás. El problema parece sencillo de resolver sin recurrir a ninguna metafísica. Se reduce a establecer cierta relación entre la realidad biosiquica individual y la exigencia social. Estarán encargados de las funciones de mando los hombres más capaces de dirigir una colectividad determinada. Desgraciadamente, no se ha inventado aún la maquina de descubrir jefes, y parece poco probable que semejante instrumento algún día vea la luz. por eso, la indispensable selección se encuentra demasiado a menudo falseada, como lo veremos en el capitulo VI, por sistema institucionales erróneos. No se realiza espontáneamente sino en los pocos momentos históricos de la formación de una nueva sociedad sin bases anteriores estables; pero el análisis del proceso de jerarquización que se desarrolla entonces resulta particularmente revelador del origen real del mando. tomemos dos ejemplos. En primer lugar la alta Edad Media europea. La jerarquía romana se ha desmoronado. Las autoridades locales que han sabido resistir la descomposición del Imperio corresponden al orden civil y al religioso. No son capaces, por tanto, de cumplir eficazmente su papel cuando la anarquía deja campo abierto a las tribus barbaras y a las bandas de salteadores. por eso vemos, en todo el occidente, afirmarse hombres fuertes y audaces, acostumbrados al ejercicio de las armas, que se ponen a la cabeza de las comunidades que protegen, y alrededor de los cuales se reagrupan las comunidades en busca de protección, creando así la nueva jerarquía, de base militar, del feudalismo. No siempre son las más inteligentes ni los más honestos, sino aquellos que poseen el don de mando y las cualidades peculiares que exigen las condiciones momentánea de la existencia social. Más cerca de nosotros, la conquista y colonización de la Frontera norteamericana, en el siglo pasado, nos muestra un espectáculo idéntico. de las caravanas que se lanzan al desierto y que deben defenderse de los indios surgen jefes capaces de imponerse a hombres rudos que solo respetan el valor personal y de dirigir a la vez el descubrimiento y la guerra. Como era de esperar, se quedan con la parte del león en las tierras conquistadas y van constituyendo una capa social dirigente que domina aún en ciertos Estados y que hubiera podido convertirse, sin la presión de la sociedad norteamericana preexistente, en una verdadera aristocracia terrateniente. En ambos casos, vemos a hombres de cualidades excepcionales y adaptadas a las circunstancias imponerse, sin designación de ninguna especie, a sus semejantes y apoderarse del mando, a veces no sin resistencia, rivalidades y lucha. No hay, pues, en ellos, simplemente superioridad, sino también una voluntad de poderío social que marca la elección entre los dos caminos que se abren al hombre superior: el encierro en sí mismo o en grupo reducido -familia o convento-, y la exaltación de su personalidad en la identificación con su medio social. El jefe no es el superhombre de Nietzsche, desdeñoso de la sociedad de la que ha nacido y sín la cual, sépalo él o no, no podría vivir, sino el conductor integrado en el grupo o en la comunidad que encarna y dirige. El mando no es, para él, un don del Cielo ni una misión que se le confía, sino un medio de afirmación integral de su personalidad en la síntesis interior de su dinamismo personal y de su instinto social. Se realiza plenamente en la función que se impone y en la cual se impone a los demás, aun cuando se le solicite aceptarla. Necesita el mando y lo reivindica como un derecho.

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