Presentación del Diccionario de Ciencia Politica.

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miércoles, 4 de junio de 2014

INTRODUCCION II LA SOCIOLOGIA. Del Tratado de Sociologia General

INTRODUCCION


      II

17. El hecho social.


Vimos en el capítulo anterior que el ser humano es, por su origen y su naturaleza, un ente social que necesita de la convivencia con algunos de sus semejantes. De ahí que su existencia se desarrolle normalmente -y siempre en sus primeros años- dentro de un conjunto social entre cuyos integrantes se establecen relaciones variables. Cuando el marco de la vida colectiva supera los límites del grupo familiar, surgen relaciones entre conjuntos sociales y también entre individuos y conjuntos sociales. Son estas relaciones entre entes sociales, sean individuales o colectivos, las que llamamos hechos sociales, independientemente de su naturaleza, sus circunstancias y su intensidad.
El hecho social es, por lo tanto, un fenómeno colectivo, aun cuando tenga su origen en una actitud individual o acarree modificaciones físicas o mentales en individuos que, participen o no en él, sufren sus consecuencias. Se podrá definir sus eventuales causas y efectos psíquicos pero primero hay que aprehenderlo en su realidad objetiva. Desde este último punto de vista el hecho social no difiere de los demás hechos científicos en que se basan la biología, la física o la química.


Tal carácter objetivo implica una aceptación y comprensión global anterior a todo análisis eventual. Hay, en efecto, hechos sociales simples: una conversación o una pareja, por ejemplo. Pero la mayor parte de ellos son complejos en su composición y/o en su evolución. Tal es el caso, verbigracia, de una familía, en la cual están combinadas orgánicamente las relaciones existentes entre marido y mujer, por un lado, y entre padre e 'hijos, por otro, las que van modificándose con el tiempo en función del número y edad de los integrantes del grupo.
Los ejemplos que acabamos de dar se refieren a hechos sociales concretos, vale decir directamente observables. Existe otra categoría, de segundo grado, que abarca los hechos sociales genéricos o conceptuales, o sea los que resultan de un proceso de abstracción. Así es como una conversación, un casamiento y una ceremonia religiosa son hechos sociales concretos, mientras que el lenguaje, el matrimonio y la religión -fenómenos no menos reales- son hechos sociales genéricos. Quedan por mencionar los productos sociales que, a veces, son también hechos sociales y que constituyen la consecuencia de una actividad colectiva. Un niño, una catedral y un idioma son productos-hechos socíales, un artículo manufacturado, un producto social sin más.
Inútil es agregar que todo hecho social procede de un encadenamiento causal, simple o complejo en cuanto a sus términos pero siempre de naturaleza social. La decisión más individual no quiebra esta norma, pues procede de un ente social que, en contacto con sus semejantes, actúa en función de tal, aun a pesar suyo. Lo que llamamos azar no pasa de un mero encuentro, fortuito sólo en apariencia, de dos procesos causales y. el hecho que determina no carece por cierto de causa necesaria. Todo esto significa que el hecho social concreto es de naturaleza histórica, pues tiene causas y eventualmente efectos y se ubica dentro de un proceso temporal. Salvo en los casos excepcionales que mencionaremos en el inciso 20, no depende en absoluto de la voluntad del observador, a diferencia de los hechos científicos, de otra naturaleza, nacidos de la experimentación. Si dicho observador interviene en el o hace como actor en su carácter de ente social factor extraño y exterior al fenómeno estudiado.
Ley social.
Si cada hecho social fuera único en su género, sin nada en común con ningún otro, el estudio de la vida en sociedad podría pasar de una mera enumeración descriptiva de fenómenos sueltos. Pero no es así, y ya lo hemos visto al referirnos a los hechos sociales genéricos. Todo grupo familiar evidentemente único por sus integrantes individuales: pero sus miembros adultos siempre se dividen entre ambos sexos, por lo menos en el momento de la procreación. Todas las familias, por lo tanto, tiene en común la relación entre varón y mujer. La desintegración de una determinada comunidad por deficiencias jerárquicas constituye un fenómeno histórico nunca producido anteriormente y que no se reproducirá jamás: pero en cualquier comunidad cierto grado de debilitamiento de la autoridad. unificadora siempre produce la desintegración.
Existen, por consiguiente, en los hechos sociales de una misma categoría, constantes que el análisis permite comprobar y definir. Unas se refieren a la constitución de los entes sociales colectivos; las otras, al encadenamiento causal de los fenómenos históricos. Tales constantes son, por supuesto, totalmente independientes de la voluntad y hasta de la conciencia humanas. No hace falta quererlas ni siquiera conocerlas para que se impongan de modo necesario. Si las relaciones A y B Son imprescindibles para que aparezca determinado hecho social, o bien comprobaremos su existencía - o la suscitaremos -, o bien el hecho no será. Si hay una constante causal entre los fenómenos C y D, tal vez podamos impedir que e se produzca; pero, si se produce, D resulta inevitable.
Las constantes que vinculan los entes sociales son, por consiguiente, idénticas a las que comprueban las ciencias exactas o la biología. De ahí que sea posible llegar a conocerlas mediante un proceso de inducción, que consiste en analizar una cantidad suficiente de hechos sociales de misma naturaleza, descartar las particularidades de cada uno y establecer cuáles son las relaciones que se encuentran en todos ellos o que siempre los unen con sus respectivos causas o efectos. La ley social, o sea la relación constante entre hechos sociales, es, por lo tanto, un aspecto parcial del orden necesario de la vida colectiva.
Notemos desde ya, sobre la base de nuestros análisis anteriores, que las leyes sociales se dividen en dos grandes categorías: unas se refieren a relaciones estáticas, vale decir que permanecen sin cambio a través del tiempo, mientras que las otras rigen relaciones dinámicas, o sea el mismo cambio evolutivo. De las primeras depende la existencia de los entes sociales colectivos; de las segundas su nacimiento, transformación y desaparición. Va sin decir que la estática social, no existe independientemente de la dinámica social y que leyes de las dos categorías siempre se dan conjuntamente en la vida real de la sociedad. Es sólo por análisis que el observador las aísla las unas de las otras, mediante un proceso legítimo pero arbitrario de clasificación.
19. La sociología.
Considerada desde un punto de vista objetivo, la sociedad es, según acabamos de ver, un conjunto de hechos sociales, yuxtapuestos y encadenados conforme a constantes oue constituyen auténticas leyes científicas. De ahí la necesidad y legitimidad de una ciencia autónoma que estudie los hechos sociales en cuanto a, su naturaleza y su encadenamiento causal y establezca las leyes que determinan o condicionan su aparición. Tal ciencia existe: la sociología.
Todos sabemos que esta ciencia, hasta entonces empírica y fragmentaria, fue pensada como tal y racionalizada, al final de la Primera mitad del siglo XIX, por Augusto Comte, quien le dio su nombre después de llamarla, más correctamente desde el punto de vista filológico, física social. Y todos sabemos también que, en la mente de su creador, la sociología fue hija de la biología.
Nada más comprensible. Hacía tiempo que se notaban las analogías, existentes entre organismo social y organismo viviente. En ambos casos se trata de un conjunto complejo hecho de células funcionalmente diferenciadas y agrupadas en órganos especializados que ordena, unifica y rige un órgano central, Estado o cerebro. Y en ambos casos se trata de conjuntos naturales. En fin, el hecho social como el hecho biológico -pero en mucha mayor medida-, y a diferencia del hecho físico o químico, se caracteriza por su unicidad histórica. Nunca se repite idénticamente porque siempre aparece en mi organismo diferente de todos los demás por su composición y sus circunstancias. Llevando agua a la temperatura de 100 grados bajo una presión de 76 centímetros de mercurio siempre se produce la ebullición.
Pero si se introducen bacilos de Koch en varios organismos vivientes de un mismo grupo unos contraerán la tuberculosis en mayor o menor grado de intensidad mientras que los otros destruirán o neutralizaran los cuerpos extraños.
Asimismo, un des-equilibrio numérico entre los sexos suscitará la poligamia en una sociedad de determinadas características, mientras que solo acarreara cierto relajamiento sexual en otra de evolución histórica diferente. No es que la causalidad biológica y social sea menos rigida que la física, sino que su complejidad es muchísimo mayor y que cada una de sus leyes se aplica dentro de un conjunto del que no se la puede aislar.
La analogía que se nota entre organismo social y organismo viviente no nos debe llevar, sin embargo, a la confusión en que cayeron los sociólogos organicistas. Como ya vimos, en efecto, en el capítulo anterior, el organismo viviente es regido por una inteligencia encarnada que se impone de modo necesario a los órganos, células y moléculas que integran el conjunto considerado. En este aspecto.. la situación de los organismos sociales que forman algunas especies de insectos es bastante parecida, pues en ellas el instinto social se ha casi totalmente desindividualizado. No así en cuanto a los organismos sociales humanos, en los cuales la ley siempre actúa a través de mentes individuales que toman conciencia, en mayor o menor medida, de una situación y adoptan la decisión correspondiente en función de su capacidad de comprensión y de sus múltiples tendencias, entre las cuales siempre figura, pero no siempre predomina, el instinto social. Dicho con otras palabras, todo encadenamiento causal de hechos sociales supone, en cada uno de sus eslabones, una intermediación psíquica. La causalidad no pierde por ello vigencia, pero sí resulta mucho menos rígida y, por lo tanto, mucho más difícil de aprehender.
20. Morfología social y fisiología social.
Como el organismo viviente, el organismo social se presenta al observador en dos aspectos complementarios pero bien diferenciados: las formas, o estructuras, y las funciones. Nada más natural, pues, que se pueda dividir la sociología en dos ramas encadenadas: la morfología social y la fisiología social. Las denominaciones "sociología concreta" y "sociología abstracta" que se utilizan a veces nos parecen muy poco acertadas, puesto que" como lo vamos a ver, el estudio de las formas implica un proceso de inducción, o sea de abstracción, mientras que las funciones son, por cierto, tan concretas como las estructuras, de las que son inseparables.
La morfología social busca establecer cuáles son las constantes estructurales de la vida colectiva y, por consiguiente, cuál es la organización que suponen o producen los hechos sociales observados. Para hacerlo, deslinda e inmoviliza -como mediante un procedimiento fotográfico- los conjuntos sociales que quiere estudiar y analiza "anatómicamente" las relaciones constitutivas de cada uno. Por inducción desgaja entonces las estructuras que siempre se encuentran en conjuntos de la misma función. Lo que permite a la vez definir categorías formales y ubicar en ellas los complejos estructurales que se enfoquen. En este aspecto la morfología social desempeña dentro de la sociología un papel semejante al de la zoología o la botánica dentro de la biología. Al realizar esta tarea de inducción el sociólogo no puede dejar de comprobar la existencia de variaciones en las estructuras secundarias de los conjuntos considerados ni de notar las correlaciones que se manifiestan al respecto en función del nivel y el modo de vida. Asi llega a definir tipos de sociedad -salvaje o civilizado, nomade o sedentario, agropecuario o industrial, etc. –que marcan distintos estadios de evolución histórica.
Naturalmente, el estudio de las estructuras funcionales no tendría mucho sentido si no se complementara con el de las funciones en sí, vale decir, consideradas más allá de las formas fijas que exigen. Así es como la fisiología social busca establecer las leyes según las cuales los distintos conjuntos sociales se forman, evolucionan y, de modo general, desempeñan sus respectivos papeles. No considera conjuntos sociales Yuxtapuestos, por lo menos en cuanto a su enfoque, como lo hace la morfología social, sino hechos sociales encadenados mediante cuya sucesión se satisface una necesidad de la vida colectiva, sin excluir, por cierto, las interrelaciones existentes entre sedes funcionales de distinta naturaleza.
Dicho con otras palabras, la morfología social tiene por objeto el orden de los conjuntos humanos y la fisiología social, su devenir. Inútil es agregar que el orden social nunca es inmóvil y que el devenir social siempre es evolución de un conjunto ordenado. Morfología social y fisiología social no pasan" por lo tanto, de dos disciplinas complementarias que enfocan, desde puntos de vista diferentes pero irremisíblemente vinculados, una misma realidad indivisible.
21. La sociología aplicada.
Frente a los hechos que constituyen la materia de su estudio, el sociólogo puede limitarse a analizarlos y a inducir las leyes que los rigen. Permanece así: en este caso, en el campo de la sociología pura, que no tiene otra finalidad que la de establecer la verdad. Procede, pues, como cualquier científico “de laboratorio” que estudie la naturaleza en uno de sus aspectos, Con una mera preocupación especulativa.
Si bien es cierto que la ciencia pura tiene un sentido en sí misma por la satisfacción intelectual que procura a sus cultores, no le es menos que sus comprobaciones siempre abren el camino a realizaciones prácticas. Las leyes inducidas por el teórico explican determinado estado de cosas; pero también permiten actuar de tal modo que se consiga o evite su repetición, por lo menos en cierta medida. De ahí que toda ciencia pura se complemente con una o varias ciencias aplicadas. La sociología no escapa de esta norma.
El hombre tiene, en efecto, a diferencia de los insectos sociales, como ya lo hemos visto, la posibilidad de incidir en las estructuras y la evolución de la sociedad de que forma parte.
Pero tal posibilidad quedaría sólo en lo virtual, o desembocaría en las peores equivocaciones, si se realizara sobre la base de los intereses, las intuiciones o las ideas preconcebidas o absorbidas de los individuos. Para que la transformación del orden y la dinámica sociales sea efectivamente posible y para que dé resultados positivos, es imprescindible que se funde en la adecuación activa de las leyes que haya establecido la sociología pura a las circunstancias imperantes, que no todas son de naturaleza sociológica.
No se trata solamente, pues, de analizar y comparar relaciones debidamente comprobadas, sino también de medir el grado de oportunidad de los cambios teóricamente deseables. Esta es la tarea de la sociología aplicada.
Al hablar de cambios deseables estamos planteando el problema de la escala de valores sin la cual no habría elección posible entre estructuras ni entre procesos. La sociología, que es una ciencia natural, no tiene por qué subordinarse en este campo a ninguna otra disciplina, por válida que ésta sea desde otro punto de vista. Posee en efecto, un criterio propio: el de la "salud" funcional del conjunto considerado. Existen "enfermedades” sociales que perjudican la vida colectiva. Algunas proceden de estructuras deficientes: otras, de una mala adaptación a circunstancias cambiantes. Corresponde a la sociología aplicada definir, por comparación con las leyes sociales conocidas, la naturaleza Y las características del estado patológico e indicar cuáles son los remedios más eficaces dentro del campo de lo posible.
22. Experimentación Y observación.
Para ser ciencia toda disciplina necesita tener un objetivo propio -y hemos visto que la sociología lo tiene- y una metodología adecuada. En cuanto a este último punto, el estudio de los hechos sociales se encuentra, con respecto a la mayor parte de las ciencias clásicas, en una situación de inferioridad. No en cuanto a su desarrollo, pues en este as-pecto recurre, como ellas, a la inducción, la deducción y la previsión, sino en lo que atañe al análisis de los hechos en sí. La experimentación, en efecto. le está casi totalmente ve-dada. El físico, el químico y el biólogo -pero no el cosmólogo a cuya disciplina nadie piensa en negar el carácter de una. ciencia- pueden reproducir artificialmente cualquier tipo de fenómeno. tantas veces cuanto necesiten para disponer de una serie que permita aplicar el método inductivo. El sociólogo está limitado, en este campo, por trabas de distinta índole.
El hombre no es tan fácil de manejar como las cosas o los demás seres vivientes. La moral y la ley prohíben hacer correr ciertos peligros a individuos y conjuntos de índividuos. Todo experimento en el orden social exige medios materiales considerables. Y, sobre todo, el científico y los sujetos de su experiencia se ubican en la misma escala temporal, sin que exista la posibilidad -que tiene la biología humana- de utilizar otros animales de vida más breve. Sólo queda el sociólogo, por consiguiente, el recurso de la observación.
Parece a primera vista oue también en este campo la sociología tropieza con dificultades insuperables. No puede observar, en efecto, sino hechos actuales Y carecería por lo tanto de datos comparativos. que sólo encontraría en un na-ado que está fuera de su alcance. Esto sería cierto si todos los conjuntos humanos hubieran nacido al mismo tiempo " se hubiesen desarrollado con el mismo ritmo. En realidad encontramos hoy en día pueblos de tipos sociales muy diversos que se pueden observar paralelamente. con casi el mismo resultado que si nos fuera posible remontarnos en el tiempo para estudiar en forma directa los distintos estadios evolutivos de determinada sociedad contemporánea. Algunas horas de avión bastan en el Brasil, por ejemplo, para saltar de la ciudad de San Pablo, centro industrial de estructuras casi europeas, a una estancia esclavista de tipo prefeudal y a una aldea india de nivel neolítico.
Lo que sí es exacto es que tal yuxtaposición histórica no permite al observador abarcar el proceso evolutivo en su encadenamiento causal y lo limita al respecto a meras hipótesis, racionalmente satisfactorias pero no probadas. Desde este punto de vista la sociología se encuentra en la misma situación que la geología, la paleontología o la cosmología, aunque dispone, como veremos más adelante (Inciso 25), del producto de observaciones anteriores, lo que le da una gran ventaja sobre las ciencias que acabarnos de mencionar.
23. Socíografía y sociometría.
Los métodos básicos de la observación sociológica son de sistematización reciente, aunque fueron utilizados empíricamente desde hace milenios. Sólo en la segunda mitad del siglo XIX la sociología descriptiva, o sociografía, adquirió caracteres científicos, mientras que hubo que esperar el principio del siglo XX para que se racionalizara, a través de la sociometría, la cuantificación de los hechos sociales.
La observación socio gráfica consiste en el examen directo de un conjunto humano desde el doble punto de vista de su composición y de sus relaciones internas Y externas. Se re-aliza desde afuera cuando el sociólogo se limita a describir lo que ve, al modo del entomólogo que estudia un hormiguero, o desde adentro, cuando el observador se incorpora al medio social que busca analizar. El primer método asegura más que el otro la imparcialidad del examen, pero con el peligro de que la descripción sea superficial. El segundo permite establecer más datos y analizarlos de modo más profundo, pero crea vínculos de simpatía o antipatía entre el sociólogo y los sujetos de su estudio, con la consiguiente deformación involuntaria de los hechos comprobados. En ambos casos se puede completar la observación directa con entrevistas en profundidad - O sea conversaciones Dirigidas – entre individuos representativos de los distintos niveles y actividades del conjunto social.
Con todas las deficiencias del método descriptivo y, en especial, el casi inevitable subjetivismo de la observación, la sociografía constituye el procedimiento más adecuado para análisis ambientales, sobre todo si se la combina con la investigación motivacional, que pertenece al campo de la Sociopsicología (ver Inciso 29). Pero no nos da conocimientos exactos de los hechos sociales: sólo estimaciones. De ahí que la sociometría, que busca contar y medir las relaciones observadas, se haya convertido en su complemento imprescindible y, más aún, en su fundamento. Resulta más fácil, en efecto, y más lógico definir los matices cualitativos de hechos sociales previamente cuantificados, cuyos respectivos "pesos específicos" por lo tanto ya se conocen.
Por supuesto, damos aquí a la palabra sociometría su sentido etimológico y real, a pesar del creador del vocablo -pero no de la técnica, muy anterior-, que quería, sin razón alguna, limitar la aplicación del método a los pequeños conjuntos sociales.
24. El muestreo.
Desde los años treinta la sociometría ha ampliado considerablemente su campo de acción al incorporar en su metodología una técnica nueva, el muestreo, que permite precisamente analizar desde el punto de vista cuantitativo, con un mínimo de medios materiales y en un tiempo muy reducido, grandes conjuntos humanos.
El método consiste en estudiar "no todas las unidades que integran el universo considerado sino solamente las que componen una muestra representativa del conjunto, La muestra es idéntica al universo en cuanto a su composición, pero cuantitativamente mucho más pequeña. Con perdón de la comparación, es semejante a la cabeza ahumada del indio jívaro, la que, achicada al tamaño de una naranja, conserva intactas sus proporciones fisionómicas primitivas. Los Índices porcentuales y promedios numéricos que se obtienen por muestreo Son aplicables al conjunto, con reducidos márgenes de error que se calculan en cada caso y que dependen del tamaño de la muestra.
Las unidades estudiadas se eligen al azar, conforme a las normas del cálculo de probabilidades y, más especialmente, de la ley de grandes números. El principio en que se basa tal procedimiento es el mismo que asegura a los casinos determinado porcentaje de ganancias, sin riesgo de quiebra.
La matemática del juego demuestra, en efecto, que después de una larga serie de jugadas todos los números de la ruleta han salido la misma cantidad de veces, Teniendo cada uno de ellos: en cada jugada, la misma probabilidad de salir que cualquier otro, las distorsiones accidentales se compensan a la larga. En la investigación por muestreo, se procede por sorteo de varios grados. Por ejemplo, si el universo considerado es la población de una ciudad se divide el mapa en áreas iguales, que se numeran, y se sortea cierta cantidad de ellas. Posteriormente se sortean, mediante el mismo procedimiento, una subárea o manzana en cada área y después una o más viviendas en cada subárea. Por la elección de primer grado la ciudad se reduce, digamos, a cien áreas; por el sorteo de segundo grado, a cien manzanas; por el de tercer grado a quinientas o mil viviendas, en cada una de las cuales se cuentan los moradores, si se trata de un censo, o se interroga a uno de ellos, si el estudio tiene por objeto usos u opiniones de la población. Sólo en caso de tener estadísticas completas y fidedignas se puede sustituir este muestreo probabilístico, basado íntegramente en el azar, por un muestreo por cuotas, en el cual la muestra se diseña artificialmente en función de las proporciones conocidas, por ejemplo en cuanto a sexo, edad y estratificación social si el estudio abarca un conjunto de individuos.
El estudio de cada unidad integrante de la muestra se hace medíante un cuestionario que el encuestador llena sobre la base de su observación, si se trata de hechos concretos -estado de la vivienda o naturaleza de cultivos, por ejemplo-, o mediante la formulación de preguntas debidamente redactadas por un psicólogo con el objeto de conseguir respuestas exactas, cuando se busca establecer usos, costumbres u opi¬niones de la población o de una de sus partes. Los cuestionarios se tabulan posteriormente, con lo que se obtienen índices porcentuales o promedios numéricos referentes al universo todo y a cada uno de sus grupos de caracterización (grupos de sexo, de edad, de categoría econórnicosocial, por ejemplo). Se calculan entonces los márgenes de error y se trasladan los resultados conseguidos al universo y a sus grupos constitutivos.
El método del muestreo, si se lo aplica correctamente, constituye un eficacísimo método de investigación sociométrica. Pero se limita a suministrar datos objetivos, concretos o psíquicos, que compete al sociólogo ubicar en su contexto social e interpretar debidamente. La investigación por muestreo, como la sociometría toda y, de modo más general, la observación descriptiva, no proporciona sino material para el posterior proceso. de inducción, sin el cual no habría ciencia.
25. El análisis histórico.
Gracias a las técnicas del muestreo la observación sociológica está en condiciones de proporcionarnos datos ampliamente satisfactorios en cuanto a hechos actuales y hasta, como lo hemos visto (Inciso 22), permite efectuar comparaciones, útiles entre tipos de sociedades de distintos niveles evolutivos. Sin embargo, desde este último punto de vista, sería muy imprudente hacer extrapolaciones generalizadas enfocando, por ejemplo, la aldea neolítica, la estancia esclavista y la ciudad industrial del Brasil de hoy como si fueran estadios encadenados de un mismo proceso. Semejante método, sistemáticamente empleado por los sociólogos "primitívistas", es aún menos admisible cuando los tipos sociales que se trata de vincular pertenecen no solamente a distintos niveles yuxtapuestos sino además a pueblos diferenciados por la raza y por las condiciones geográficas. No hay ninguna razón válida que permita suponer que las estructuras y costumbres sociales de los australoides, - verbigracia, hayan existido tales cuales en el pasado de las sociedades arias.
La sociología necesita, pues, cuando enfoca procesos evolutivos de larga duración, analizar hechos sociales pasados que están fuera de toda posibilidad de observación. Para hacerlo no tiene más remedio que recurrir a la historia, lo que no significa aceptar lisa y llanamente los datos e interpretaciones que los historiadores suministran. La historia, en efecto, no es una ciencia exacta. Se basa en un material de archivo generalmente incompleto y en relatos, siempre parciales, de contemporáneos de los hechos estudiados. Por otra parte, el historiador no es un cerebro electrónico. Tiene opiniones políticas, convicciones religiosas, preferencias culturales, etc" que inciden inevitablemente, aun de modo subconsciente, en la elección del material y en la explicación de los fenómenos. Basta confrontar estudios de historiadores católicos y protestantes sobre la Europa de los siglos XVI y XVII, o de tradicionalistas, liberales y marxistas sobre la Edad Media, para comprobar hasta qué punto las ideas modifican la exposición de los hechos y, sobre todo, de su encadenamiento causal.
Notemos, además, que el historiador tiende a considerar preferentemente los hechos políticos, sin darse cuenta de que éstos a menudo están condicionados, y a veces determinados, por hechos sociales subyacentes. 
Felizmente el sociólogo no está a merced del historiador. 
Necesita de éste para hurgar en el pasado, descubrir material y definir hechos sociales concretos. Pero puede y debe descartar sistemáticamente toda teoría y hasta toda explicación. Dicho Con otras palabras, necesita del historiógrafo y no del filósofo de la historia. La comprensión e ilación de los hechos descriptos le corresponde en exclusividad pues sólo él, conocedor de las leyes sociales previamente establecidas, está en condiciones de descubrir relaciones causales y, sobre su base, inducir eventualmente nuevas leyes. Hasta podríamos ir más lejos en este sentido: el filósofo de la historia, si no es sociólogo, no pasa de un novelista más o menos ilustrado o de un ideólogo más o menos charlatán.
El análisis histórico constituye, por lo tanto, al complementar la sociografía y la sociometría, un método fundamental de la sociología, aunque el más peligroso. Sólo él permite trazar las grandes corrientes evolutivas que vienen del pasado y proyectar en el futuro -vale decir entender plenamente la evolución social.
26. Demografia Y bíosociología.
La observación de los hechos sociales proporcionaría datos sumamente incompletos, y a menudo incomprensibles, si se limitase a considerar las relaciones existentes en y entre conjuntos humanos que permanecieran indefinidos en cuanto a su "materia prima" individual. De ahí el carácter fundamental de dos ramas especializadas de la sociología: la demografía, que estudia la población desde el punto de vista numérico, y la biosociologia -o, como se decía a principios de siglo, la antroposociología-, que la enfoca en su aspecto cualitativo.
Es obvio que dos conjuntos sociales colocados en condiciones materiales y culturales idénticas no evolucionarán del mismo modo si uno padece un exceso de población y el otro, una deficiencia demográfica. y tampoco si tienen índices de natalidad y mortalidad diferentes o una distribución distinta de sus integrantes en cuanto a sexo y edad. Corresponde a la demografía establecer y suministrar los datos estadísticos referentes a estos aspectos cuantitativos. En los países bien administrados su tarea se reduce a la elaboración del material que proporcionan los Registros Civiles y que vienen a complementar censos periódicos. En los demás sólo se puede recurrir a relevamientos por muestreo, con el grave inconveniente, ya que dicha técnica es de aplicación muy reciente, de carecerse de datos anteriores que permitan hacer comparaciones y trazar curvas de tendencia.
Por importante que sea el volumen y la composición cuantitativa de determinada población, mucho mayor incidencia tienen en su evolución sus características cualitativas. El. papel histórico de Atenas no se puede medir en función del número de sus habitantes, ni el de los conquistadores españoles por la cantidad de soldados de que disponían. Y el progreso de un pueblo se debe mucho más a su minoría creadora que a su mayoría pasiva. Sin embargo, la sociología contemporánea se resiste, salvo muy pocas excepciones, a considerar este aspecto del problema. Incide en esta actitud el materialismo imperante, la ideología igualitaria en boga desde hace doscientos años, las secuelas de la propaganda de guerra aliada y, últimamente, la presión ejercida, en escala internacional, por países que tienen buenas razones para temer un análisis comparativo en éste campo.
La biosociología tiene por objeto el estudio de la estratificación cualitativa de la población, tanto en sí como en sus relaciones con las estructuras funcionales. Define la composición de los distintos estratos y el origen de sus integrantes, o sea su proceso de formación. y no puede dejar a un lado, por supuesto, los factores de degeneración biopsíquica. Dicho con otras palabras, la biosociologia estudia al individuo en función social, vale decir no solamente en lo que es dentro del conjunto sino también en sus causas y proyecciones hereditarias. Pues los individuos pasan, pero los linajes permanecen a lo largo de las generaciones v. por lo tanto. de la evolución social. Sin esta rama especializada el sociólogo no podria trabajar sino con esquemas irreales, al modo -hipótesis absurda- de un zootécnico Que desconociera las características presentes y las virtualidades hereditarias de los animales domésticos de su cabaña o de su haras,
27. Sociología general y sociologías especiales.
Como lo hemos señalado más arriba (Inciso 25), la sociología puede abarcar conjuntos sociales de muy variada amplitud temporal. También puede enfocar un complejo social en todas sus actividades yuxtapuestas y entrelazadas o solamente una de éstas. En el primer caso, lo que busca la sociología llamada general es analizar las formas y los dinamismos de toda naturaleza que inciden conjuntamente en la vida social. En el segundo, las sociologías llamadas especiales estudian estructuras que corresponden a determinada situación o función. Inútil es precisar que ni la sociología general excluye los datos funcionales particulares que, por el contrario, abarca en sus interrelaciones, ni las sociologías especiales dejan de tener en cuenta el contexto social en medio del cual se desarrollan las actividades parciales que consideran preferentemente, sólo que, en ambos casos, se dan por sabidos - y se utilizan- hechos y leyes que no constituyen el objeto directo de la búsqueda emprendida.
Las sociologías especiales son tan variadas como las propias caracterizaciones sociales. Toda enumeración sería fastidiosa, además de inevitablemente incompleta. Citemos, sin embargo, por su importancia particular, la sociología urbana y la sociología rural, que analizan las relaciones sociales en función de la densidad demográfica y de las condiciones ecológicas; la sociología laboral y la sociología sindical, que estudian, cada una en su campo, los problemas humanos nacidos del proceso de producción; la sociología jurídica y lá sociología judicial, que consideran, respectivamente, la incidencia social del derecho y la administración de la justicia; la sociología religiosa y la sociología militar, todavía embrionarias; en fin, la sociología económica, que tiene hoy en día una importancia excepcional por haberse convertido las fuerzas económicas, desde hace dos siglos, en factores primordiales de la evolución histórica.
La sociología política merece una mención aparte por las divergencias de opinión que suscita el problema de su definición. No faltan sociólogos, en efecto, que la confunden con la ciencia política o, si se quiere, que tratan de absorber a esta última, negándole toda autonomía. Reconozcamos que el deslinde entre las dos disciplinas no es fácil de trazar.
No hay duda que el hecho político es un hecho social de características particulares y que es legítimo, por lo tanto, hablar de sociología política. Sin embargo, el hecho político es más que un hecho social en cuanto se lo considera como producto de una intención histórica aplicada a la conducción de la Comunidad. La sociología se limita a estudiar el hecho en sí, con sus causas y sus efectos: es una ciencia objetiva. como la biología. La política juzga este mismo hecho en función de un fin por alcanzar: es Una ciencia normativa, como la medicina. Dicho con otras palabras, sociología política y ciencia política consideran los mismos fenómenos, pero con enfoques y propósitos diferentes.
28. Sociología y psicología.
De otro orden pero no menos seria es la dificultad que surge en lo que atañe a las relaciones existentes entre la sociología y la psicología. En el ser humano, a diferencia de o que pasa con el insecto, ya lo hemos dicho (Inciso 19), lo social se da como aspecto de una integridad biopsíquica. Toda actitud individual, aun cuando se refiera a problemas de con¬vivencia y no haga sino expresar exigencias del instinto social, procede de una decisión voluntaria y resulta, por lo tanto, de una deliberación mental, por embrionaria que sea.
De ahí que la causa social de todo hecho social actúe con intermediación psíquica. La imagen mental de la causa es la que provoca el hecho y tal imagen es, indudablemente, un fenómeno psíquico que pertenece al campo de la psicología.Más aún: el individuo, como ser social, está presionado a veces condicionado por el medio en el cual se desenvuelve. 
No toma sus decisiones en función de su mero instinto sexual, ni siquiera bajo el impulso de su instinto social heredado. Creencias, usos, costumbres, instituciones, modas, etc., que son productos del ambiente, ingresan constantemente, en forma de imágenes, en su duración psíquica y actúan en ella como factores dinámicos. Sin hablar de los fenómenos psíquicos colectivos que, en ciertos casos, enajenan lisa y llanamente a quienes participan de ellos y en ellos.
Todo hecho psíquico individual, por consiguiente, es social en alguna medida. Sin embargo, la psicología distingue muy bien el fenómeno que, por empapado de social que esté, se manifiesta en talo cual mente del hecho psíquico que, a pesar de tener expresiones individuales, es común a un conjunto social y nace de interacciones colectivas. La psicología propiamente dicha estudia al individuo, inclusive con sus imágenes de origen social; la sociopsicología estudia la incidencia de los factores psíquicos en la vida de los conjuntos humanos y establece las constantes según las cuales las interacciones mentales determinan o condicionan la conducta social de los individuos agrupados. Psicológica por su objeto -la mente humana- y por su metodología, la, sociopsícología enfoca, por lo tanto, el hecho psíquico desde ,un punto de vista sociológico. Hasta el punto que algunos llegan a considerarla, equivocadamente, como una rama de la sociología. En realidad, no pasa de una de sus fuentes de datos, al mismo título que la .antropología o la biología.
Queda, de cualquier modo, que al enfocar un hecho social en sus causas y en sus efectos, o al considerar un encadenamiento de hechos sociales, el sociólogo se encuentra ante fenómenos psíquicos que no puede desconocer, ni abandonar al psicólogo, so pena de que se le escape la ilación del proceso estudiado. Y, efectivamente, no lo hace. Toma en cuenta la imagen intermedia. Pero no la ubica en su contexto indivi.dual sino en el lugar que corresponde al papel social que desempeña. El fenómeno psíquico se considera exclusivamente como parte integrante del hecho social o del complejo de hechos sociales. No interesa a la sociología saber por qué motivos psíquicos los individuos de determinados tipos reaccionan de tal o cual modo en determinadas circunstancias. Le basta comprobar que lo hacen siempre. Si la imagen constituye una etapa constante de un proceso o si es un vínculo constante entre los elementos constitutivos de un hecho social, no perjudica el rigor causal del fenómeno' ni traba su análisis sociológico.
29. Sociología y filosofía.
La sociología contemporánea tiende cada vez más a limitarse a la mera observación de los hechos, rebajándose a un conjunto de porcentajes e imágenes. Pierde así todo sentido. Pues no hay ciencia sin inducción de leyes y sin leyes no hay encadenamientos causales conocidos ni, por consiguiente, comprensión posible. Y sin comprensión no hay acción eficaz. O la sociología es ciencia, o constituye un mero esparcimiento para diletantes, cuando no un poderoso medio de embrutecimiento de las élites.
Una auténtica ciencia no basta, sin embargo, para extraer de los hechos sociales todo lo que nos pueden proporcionar. No es posible estudiar una comunidad humana corno si fuera un hormiguero. Y esto porque el hombre no es Un mero animal social sino, además, un animal político: no vive dentro de un conjunto organizado según normas individualmente impuestas por el instinto, ya lo hemos visto (Inciso 19), sino que debe, en cierta medida, tomar conciencia de las leyes necesarias para su propia afirmación e inclusive- para su misma supervivencia. No basta al ser humano inducir leyes sociales: también tiene que respetarlas y hacerlas respetar.
Más aún: la total ausencia de automatismo que se manifiesta en nuestros procesos sociales exige una elección constante entre las posibilidades que cada instante político nos ofrece. Y no hay elección posible sin previo juicio de valor. Aquí, la sociología es impotente. Se limita a mostrarnos que tal actitud que tornemos tendrá necesariamente tal consecuencia. No nos dice si dicha consecuencia, fuera de' su carácter de normalidad o anormalidad (ver Inciso 37), es deseable o no, y tampoco nos indica la escala de valores sobre cuya base podremos formular nuestro juicio y, por lo tanto, tomar nuestra decisión, Inútil es precisar que tal escala no puede válidamente surgir de la mera conciencia individual, puesto que se trata de valores sociales.
Sociología y política deben, por lo tanto, ser completadas por una filosofía que, aceptando corno base intangible las leyes naturales de la morfología y la dinámica sociales, las supere mediante la búsqueda de su causa primera y de sus fines últimos. Tal es la imperiosa razón de ser de la filosofia social. Tarea sumamente peligrosa la suya. Pues supone la colaboración de disciplinas tan diferentes como la sociología y la política, por un lado, y la ética, la metafísica y la teología, por otro, con el constante riesgo de una inadmisible confusión entre elementos que pertenecen a órdenes desiguales y proceden, en cuanto a su análisis, de procesos racionales distintos. No es de extrañar que la gran mayoría de las obras que se publican en la materia lleguen a conclusiones inaceptables por introducir en el encadenamiento causal de los hechos sociales factores acientíficos y a menudo tan arbitrarios como la lógica hegeliana, la entelequia Libertad o el punto Omega.
Del :Tratado de Sociología general.
Editorial Sudamericana 1966

jueves, 22 de mayo de 2014

LOS CAMBIOS SUPERESTRUCTURALES. Cap. XVI del Tratado de Sociologia General.

163. Generales. 

Por su naturaleza psíquica (ver Inciso 39), las superestructuras son mucho más fluidas que las estructuras propiamente dichas. Esto no quiere decir que cambien necesariamente con mayor frecuencia sino que son movedizas y están en perpetua evolución aun cuando permanezcan estables en sus grandes líneas. Basta para ilustrar este punto comparar las relaciones psíquicas que vinculan, en la familia, al varón y a la mujer con la' relación biológica que los une y que constituye la base estructural del grupo.

En escala de la evolución histórica, la fluidez superestructural obliga al analista a una esquematización que le permite definir claramente épocas bien diferenciadas pero que le impide a menudo notar la continuidad esencial del cambio. Así nos acostumbramos a considerar la cristianización de Europa como una ruptura con el paganismo y el Renacimiento como la negación de la Edad Media. Dejamos de percibir que, en ambos casos, se trata de estadíos sucesivos de un mismo proceso. No solamente la trasmutación tardó mucho tiempo en efectuarse sino que el cambio visible no paso de un afloramiento repentino en el proceso evolutivo del mismo paganismo y de la misma Edad Media.

Lo que también dificulta el análisis de las superestructuras es que éstas sólo excepcionalmente pertenecen a una única Comunidad. Por lo general se manifiestan en varios conjuntos sociales autónomos, dando así la impresión de que son independientes de la duración comunitaria a la cual parecen superpuestas, como las nubes que corren por encima de un continente y sueltan lluvias sin tener en cuenta las fronteras lo están al territorio de tal o cual país. Las estructuras pueden ser las mismas en varias Comunidades, como habitualmente lo son: no por eso los grupos que están constituidos según ellas dejan de pertenecer claramente a tal o cual conjunto autónomo en particular. En tanto que una creencia, una idea o un valor común tiene una realidad abstracta que parece ser distinta de sus manifestaciones concretas.

Tres son las causas de esta aparente independencia superestructural. En primer lugar, las condiciones de vida de varias Comunidades yuxtapuestas suelen evolucionar paralelamente y, siendo así, exigen respuestas idénticas. En segundo lugar, las creaciones psíquicas circulan muy fácilmente de una Comunidad a otra, lo que permite un intercambio permanente y provoca, por imitación, una gran similitud - a menudo más aparente que real - de formas. En fin, y es éste el punto más importante, la raza, raras veces privativa de una única Comunidad, constituye un factor fundamental de las superestructuras. Estas, en efecto, surgen 'de las estructuras funcionales pero las superan interpretándola. Las relaciones jerárquicas entre gobernantes y gobernados son las mismas en todos los conjuntos sociales porque dimanan de la naturaleza del ser humano. Pero la aplícacíón de la justicia, por ejermplo, que depende de la concepción del derecho, varía considerablemente de raza a raza aun cuando el texto legislativo sea el mismo. El sustrato étnico (ver Incisos 136 a 138) incide, por cierto, en las estructuras, pero lo hace por intermedio de las superestructuras que dimanan directamente de él.

164. El progreso

La capacidad creadora de las razas, ya lo sabemos (ver Inciso 95), es muy desigual. Proviene, en efecto, no sólo de la capacidad psíquica sino también y sobre todo del dinamismo mental, vale decir del afán de progreso. Los resultados obtenidos, sin embargo, no proceden exclusivamente de estos factores. La inteligencia más aguda, la sensibilidad más exquisita y el ímpetu creador más decidido no serían causas de ningún progreso apreciable sin la memoria que, gracias al lenguaje, permite acumular lo conocimientos y progresar a partir de una base cada vez más elevada. Criado en una tribu paleolítica, el más genial de los individuos de hoy no llegaría a descubrir ni el origen de la lluvia. El hombre es un heredero (ver Inciso 3) y se aprovecha de las creaciones de sus antecesores para ir más lejos que ellos.

Tal progreso no es continuo ni indefinido, sin embargo. Hay razas que no son capaces de crear más allá de determinado nivel. Hay otras que se estancan, como esterilizadas mentalmente, y se limitan a imitarse a sí mismas o a copiar a las demás. Aún las que siguen yendo adelante no lo hacen constantemente con el mismo ímpetu. En fin hay Comunidades que degeneran y retroceden (ver Inciso 229). El mito del Progreso tan caro a algunos pensadores de los dos últimos siglos, no responde a los datos del análisis histórico. No basta que una forma sea nueva para que sea mejor. Los. hombres de hoy son indudablemente mucho más civilizados que los del neolítico pero no es muy evidente que lo sean más cue los atenienses del siglo V AC. o los europeos del siglo XIII Como la misma evolución social de que forman parte, y cualquiera sea la escala de valores que sirva de criterio a nuestros juicios, los dinamismos superestructurales siguen una curva sinusoidal con resultante variable (ver Inciso 133).

Al mito del Progreso se vincula directamente la famosa "ley de los tres estados." mediante la cual Augusto Comte creía poder formular el orden histórico ineludible de las superestructuras. Tan realista en otros aspectos, el padre de la sociología científica pagó tributo a su época cuando sostuvo que la humanidad, y en ella cada pueblo, pasaba necesaria y sucesivamente por el estado teológico o ficticio, el estado metafísico o abstracto y el estado científico o positivo. El análisis histórico está muy lejos de confirmar semejante interpretación. Más bien nos muestra los tres estados en cuestión presentes, en proporciones variables, en todas las épocas. y la prevalencia de la explicación científica -vale decir relativa- de los fenómenos sobre la teológica y la metafísica no constituye, por cierto, ningún progreso ni menos una meta insuperable para el pensamiento humano.

165. Civilización y cultura .

Reconozcamos que todo juicio comparativo de niveles. de civilización es discutible, pues depende de la escala de valores sobre cuya base la formularnos; escala ésta que constituye una superestructura variable que depende de la civilización alcanzada. Se trata, pues, de un círculo vicioso imposible de quebrar.

El mismo concepto de civilización es muy difícil de definir.
Se lo confunde con cultura, can conocimientos, con sensibilidad y hasta con desarrollo técnico. No hay pueblo que se considere bárbaro: el bárbaro es siempre el otro. Nada más natural, a pesar de la imprecisión de lenguaje que el hecho suscita. Pues la civilización no es sino la herencia psicosocial constituida a lo largo de los siglos, que hace que el hombre se beneficie con todo lo adquirido mediante el esfuerzo de las generaciones anteriores. La palabra se aplica, por lo tanto, - válidamente a cualquier conjunto de adquisiciones pasadas, independientemente de lo que éstas sean y de lo que valgan desde talo cual punto de vista. De ahí que cada civilización tenga características propias en cuanto a sus líneas de evolución y determinado grado actual y potencial de desarrollo.

En la práctica, el término adquiere cierta relatividad científicamente aceptable. La barbarie pura es el estado del hombre que no ha heredado nada de sus antepasados: el salvaje que vive corno cualquier otro animal o el proletario que ha sido privado de los bienes superestructurales que pertenecen

a la Comunidad. Pero, fuera de estos límites, llamaremos co-rrectamente civilizaci6n a todo capital apreciable producido por creaciones acumuladas, Un pueblo civilizado no es necesariamente creador: pero lo fue o recibi6 una herencia inmerecida. Si lo es o lo fue, la civilizaci6n que posee es fruto de sus dotes étnicas. Si, por el contrario, se beneficia con una civilización ajena, o se la incorpora adaptándola a su ser auténtico, o se limita a repetir una lecci6n bien o mal aprendida y pierde así su originalidad sin adquirir más que un barniz tal vez engañador pero siempre inconsistente.
El concepto de cultura es aún más difícil de aprehender que el de civilización. La etimología, sin embargo, nos ayuda a hacerlo. Cultivar la tierra no es poblarla de árboles sino prepararla de tal manera que la semilla que se eche en ella encuentre un suelo ya listo para recibirla y hacerle dar, en flores. y en frutos, todas sus posibilidades. La cultura del hombre es el resultado de una preparaci6n análoga, de un trabajo de formaci6n que lo haga apto para sentir, pensar, actuar y crear, y también, de modo más general, para adoptar talo cual actitud frente a la vida. La definici6n de Madame de Stael sólo es paradójica en apariencia. La cultura es realmente “lo que permanece cuando se lo ha olvidado todo": sensibilidad, inteligencia e ímpetu.

Ahora bien: el individuo nace en una sociedad que posee una civilización de la cual forman parte los métodos de formación del niño y del adulto. Y por métodos no querernos expresar tanto las técnicas educativas como el conjunto de presiones diversas que el medio ejerce sobre el individuo que surge y se desarrolla en su seno. Pero los individuos experimentan de modo distinto la accion del medio común.

No tienen todos la misma herencia biopsíquica. No están destinados todos a desempeñar la misma función. La cultura no puede, por lo tanto, ser idéntica para todos. Debe, por el contrario, ser adecuada al "terreno" a que se aplica. Formar para la caza un perro de policía sería perder el tiempo. Someter a un congoleño a las disciplinas de las humanidades grecolatinas; no bastaría para suscitar en él la concepción occidental del mundo y sólo haría de él un inadaptado. De ahí que cada civilización se diversifique, bajo la influencia de las condiciones de vida particulares de los distintos núcleos de población, en culturas múltiples que corresponden a las Comunidades, comunidades intermedias y estratos sociales que abarca. Se puede así hablar, dentro de la civilización occidental, de culturas mediterránea y nórdica, francesa y argentina, andaluza y tucumana, aristocrática y obrera, etc.

Formas éstas que evolucionan cada una por su cuenta dentro del marco general que les da su sustancia y que ellas, a su vez, enriquecen o debilitan con sus aportes creativos e interpretativos.

166. El arte y la filosofía.

Siendo, como acabamos de verlo, herencia Superestructural hecha de creaciones acumuladas, parecería a primera vista, contrariamente a nuestro análisis del penúltimo inciso, que la civilización no pudiera retroceder jamás y que, en el peor de los casos, se estancara en la mera repetición del pasado. Sin embargo, no es así. Las condiciones de vida cambiantes exigen, en efecto, una constante adaptación creativa aun para conservar un capital que sin ella iría perdiendo paulatinamente vida y, por lo tanto, vigencia. ,;Qué significa para los griegos de hoy una herencia que, por la transformación que sufrió su raza, ya no son capaces ni de entender plenamente? ¿Qué valor cultural tiene para un banquero parisiense de nuestro siglo la galería de cuadros que no constituye para él más que una inversión segura? A las grandes explosiones creadoras que marcan los apogeos de la curva evolutiva suceden normalmente períodos de relajamiento. Pero éstos, que preparan nuevas afirmaciones, nada tienen que ver con el anquilosamiento de la incomprensión.

La creación, en efecto, siempre es obra de una élite. Pero, para ser civilizadora, necesita de un ámbito receptivo e interpretativo. Esto es cierto, en especial, con respecto al arte y a la filosofía, que, a partir de los reducidos grupos que les aportan elementos nuevos, tienen que irradiarse en círculos concéntricos de resonancia decreciente hasta influir en la capa de población menos culta. De ahí la importancia de la comunicación, que exige a la vez una preparación adecuada del público receptor - una cultura- y el empleo por el creador de un lenguaje comprensible. El artista y el filósofo condensan, en efecto, el flujo de su pensamiento en relaciones fijas; o sea en imágenes, dando a la palabra el amplio sentido que tiene en psicología. Recurren, por lo tanto, a un simbolismo convencional, paulatinamente establecido y modificado en el curso de los siglos, que es de naturaleza social en el sentido de que se lo conoce y entiende, en mayor o menor medida.

Este lenguaje está hecho de fórmulas preestablecidas que el creador es constreñido a aceptar si quiere sumar su aporte a la civilización que lo informa. Es libre, por cierto, de alejarse de las metáforas admitidas para buscar y emplear un simbolismo nuevo que le sea estrictamente personal y que exprese mejor la sustancia movediza de su vida interior. Pero se condena así a un esoterismo que constituye una forma de parasitismo social. Se realiza aprovechando un patrimonio colectivo al que se niega a agregar una obra que conserva egoístamente para sí.

El arte y la filosofía son indudablemente los campos en los cuales la creación tiene la mayor posibilidad de difundirse con influencia decreciente pero real hasta las capas de menor cultura. Por su mera presencia, la obra de arte modela v afina la sensibilidad del espectador, mientras que la concepción del mundo y de la vida que proyecta la filosofía incide en el pensamiento colectivo y orienta la acción del pueblo todo. Así se define más claramente el carácter aristocrático de la civilización.

167. La ciencia.

Como el arte y la filosofía, la ciencia es obra de minorías de élite y los conocimientos que va adquiriendo se degradan al difundirse en los distintos estratos sociales. No podemos, sin embargo, colocarla en el mismo plano que las disciplinas arriba mencionadas. Pues se diferencia de ellas, hoy en día, en un punto fundamental. tiene aplicación práctica, especialmente en el campo económico.

Durante milenios la ciencia fue, también ella, meramente especulativa. Buscaba, con fines cognoscitivos y educativos., establecer las leyes que rigen el mundo de la materia. No es que nuestros antepasados no fueran capaces de ir más allá. Sabemos de máquinas de vapor que movían puertas. de templos egipcios y estatuas griegas. Encontramos una pila eléctrica en las ruinas milenarias de Bagdad. y la alquimia medieval está muy lejos de habernos revelado todos sus secretos. , Por otra parte, el diseño de un acueducto romano o la construcción de una catedral gótica no requerían menos conocimientos científicos que la fabricación de tal o cual máquina de hoy. Pero, hasta el advenimiento del capitalismo, no había interés en mecanizar la producción, cuyo campo se reservaba al arte y a su derivado, la artesanía.

Desde hace doscientos años la ciencia se ha hecho ambivalente. Por un lado, sigue acumulando, Con ritmo acelerado, conocimientos que pasan, a enriquecer la civilización. Aplicada en gran escala a la transformación de la naturaleza, amplía el dominio del hombre sobre su medio cósmico, lo que permite más acción creadora. Pero, por otro lado, el maquinismo -aun dejando a un lado su aprovechamiento indebido en un régimen patológico (ver Inciso 177) - convierte al productor en un robot y sustituye la calidad por la cantidad. Así van perdiéndose las técnicas artesanales que constituían parte importante de una herencia de siglos y milenios. Así va desapareciendo la sensibilidad del pueblo, en todas sus capas, aplastada por ros diseños "funcionales", los materiales de síntesis, los colores chillones y las bebidas quimícas . Así va rebajándose la cultura general, pervertida por los medios de difusión que actúan en el nivel de la masa. Hablar de "civilización industrial" constituye una broma de mal gusto. Pues el maquinismo ha causado más perjuicios a la civilización que todos los invasores bárbaros juntos.

El motivo fundamental de esta siniestra eficacia reside en el carácter exclusivamente racional de la ciencia. El arte v la filosofía comprometen al creador y al receptor en la totalidad de su naturaleza humana. La ciencia, por el contrario, desencarna a su cultor, lo reduce a un cerebro indiferente a todo lo que no sea la exactitud matemática de sus descubrimientos y de las aplicaciones que de ellos se pueda hacer. No faltan científicos que, harían estallar el planeta para probar una teoría.

168. La religión.

El arte, la filosofía y la ciencia inciden en la evolución histórica al imponer a todos los integrantes del conjunto social, aunque en un grado variable según el nivel cultural de los distintos estratos, valores e ideas comunes. Pero sólo reducidas minorías creadoras desempeñan un papel activo en esos campos. La gran mayoría se limita a absorber elementos ajenos que asimila en la medida de sus posibilidades. Muy diferentes aparecen, desde este punto de vista, las superestructuras religiosas y éticas. Son también, por supuesto, consecuencias de creaciones minoritarias pero se elaboran sobre bases que hacen a la misma naturaleza del ser humano en su doble aspecto individual y social' y se des-arrollan con la participación activa de todos.

Por poco que piense, el hombre no puede dejar de plantearse problemas referentes al origen del mundo de que forma parte y a la finalidad de su propia vida. Su misma imperfección lo lleva a buscar explicaciones sobrenaturales de lo que supera su entendimiento. Llega así a admitir la existencia de uno o varios seres, exteriores y superiores a la realidad normalmente perceptible, que rigen el encadenamiento de los fenómenos cósmicos. A estos dioses los define en relación con la naturaleza humana, atribuyéndoles sus propias calidades y posibilidades, pero en un grado máximo, y negándoles sus propios- defectos y limitaciones. Salvo para el metafísico, que logra a veces y en cierta medida escapar de semejante antropomorfismo, el ser sobrenatural no es sino un superhombre, padre o amo, capaz de ayudar o de perjudicar a los humanos según los juicios que formule y los sentimientos que experimente a su respecto. Se busca entonces entrar en contacto, congraciarse y hasta pactar con él. De ahí la plegaria, las prácticas rituales y, en el más alto nivel, los ejercicios místicos.

Desde el punto de vista sociologico, el único que nos interesa aquí, la religión es, por lo tanto, un conjunto de creencias y prácticas relacionadas con la Divinidad considerada_ como causa primera del universo y causa final de la conducta humana. Su carácter social es evidente, no sólo por las estructuras eclesiales que suscita sino también por su considerable incidencia en el comportamiento colectivo. La fe de la Edad Media contribuyo poderosamente a dinamizar y orientar la evolución social de la época, mientras que el dogma de la predestinacion sumió en la pasividad a algunos pueblos islamizados.

Estos dos ejemplos no se han elegido al azar. Nos permiten, en efecto, mostrar claramente dos aspectos contradictorios de las superestructuras religiosas.. En el primer caso, una raza fuerte impone su dinamismo natural a las creencias que adopta y transforma: nada más alejado del judeocristianismo primitivo que el catolicismo heroico de los cruzados. En el segundo, una creencia modifica tan eficazmente la mentalidad de pueblos decadentes que logra adormecerlos para siglos.

169. La ética.

Como la religi6n, con la cual están tan estrechamente vinculados, los valores morales surgen de la naturaleza humana. No existen Valores objetivos que sirvan de faros interiores a la conducta y a los juicios del individuo y cuyas indicaciones capte la conciencia moral. En la realidad, .es la conciencia -o subconsciencia psíquica la que se pronuncia según los datos personales que posee (1). Sin embargo, no creamos que la ética sea tan inestable como se podría suponer al considerar el perpetuo devenir del pensamiento. Hay en el ser humano constantes dinámicas que constituyen los rasgos permanentes de la personalidad en cuanto tiene de específico y de particular y que dan base a sus criterios morales. Entre dichas constantes figuran las que se refieren a la naturaleza social del hombre. De ahí la oposicion, más o menos marcada, entre moral individual y moral social.

Los valores éticos que proceden de las exigencias de la vida colectiva tienen por misión y efecto limitar la determinación personal de los actos y los juicios. El individuo acepta las imágenes normativas "prefabricadas" que emanan de Su medio y elabora otras con ayuda de los elementos que le proporciona su experiencia de la vida comunitaria porque su naturaleza no sólo las tolera sino que las exige. Esto no excluye los conflictos interiores. Esencialmente, el hombre es animal social, pero no miembro de tal o cual conjunto. Por lo tanto, el principio del valor social es indiscutible, pero no tal valor nacido de tal modalidad de la evolución histórica. Lo que significa que la ética, como las demás superestructuras, es cambiante, aunque no en todo su contenido, y que el hombre, también en este campo, es creador.

Ahora. bien: de la moral depende la conducta del individuo, vale decir la orientación que da a su dinamismo. Es ella la que hace al héroe y al delincuente. Es ella la que suscita el sacrificio y el parasitismo, Sus normas influyen, por lo tanto, de modo directo en la afirmación y proyección del ente social colectivo.

Los valores de paz -amor, solidaridad, caridad, etc.- generalmente, no son discutidos por constituir su acatamiento la condición obvia de la convivencia. Es excepción al respecto, en el mundo de hoy, el honor (afirmación del valor personal por parte del ser humano e intención de respetarlo y hacerlo respetar), que se menosprecia y hasta se considera negativo. Sin embargo, estando el hombre naturalmente -y, a veces, además voluntariamente- incorporado en grupos y comunidades, el honor supone la afirmación, hasta el sacrificio indivídual, de los valores sociales. Es la base de la lealtad a las normas de vida colectivas y a los jefes naturales que encarnan el orden jerárquico de la Comunidad. El honor constituye, pues, un aspecto fundamental de la ética social. De él depende en gran parte el respeto de las estructuras imprescindibles para la afirmación de todo conjunto humano.

Los valores de guerra son menos fácilmente admitidos que los valores de paz. Es éste el caso, en especial, del heroísmo, aceptación y búsqueda del riesgo y del sacrificio en provecho de un interés superior o considerado tal. Se trata, sin embargo, de un factor importante de la evolución histórica puesto que de él proceden en gran medida, en tiempos de guerra, la tensión interna del ente social en conflicto y su capacidad de afirmación en la lucha y de proyección en la victoria, como también la de reacción en la derrota. –

(1) Cf, Mahieu, Jaime María de, La naturaleza: del hombre, Ed. Arayú, Buenos Aires, 1955.

170. El derecho.

Comparadas con las normas éticas, las superestructuras jurídicas parecen caracterizarse por su inestabilidad. La moral de un pueblo cambia con el ritmo de los siglos, cuando no de los milenios, mientras que su derecho, o sea el conjunto de las normas que rigen o deberían regir la convivencia de sus elementos constitutivos -individuales y colectivos-, da la impresión de modificarse día tras día. Impresión incorrecta, ésta, que proviene del hecho de que abarcamos en un mismo concepto tres realidades distintas: el derecho natural, conjunto de las normas que proceden de la naturaleza misma de los entes sociales, considerados en sus relaciones necesarias; el derecho consuetudinario, conjunto de las normas surgidas, en el curso del proceso histórico, de las exigencias convivencíales; y el derecho legislativo -o positivo--, conjunto de las normas dictadas por los poderes constituidos. Sólo este último padece, a veces, una inestabilidad que refleja una situación patológica o revolucionaria. El derecho natural puede ser violado, pero no modificado. El derecho consuetudinario no es sino la adecuación secundaria del anterior a los cambios de situación que se producen a lo largo de la historia, o sea variaciones sobre un mismo tema permanente.

Derecho natural y derecho consuetudinario expresan la realidad necesaria de la convivencia presente. El derecho legislativo, por el contrario, siempre está atrasado o adelantado con respecto a dicha realidad. No hace sino expresar en fórmulas las instituciones, satisfactorias o no, de una época. Pero no de la época presente sino de un pasado más o menos actualizado, solo se trata, pues, desde este punto de vista, de la supervivencia jurídica de una situación de hecho en vías de constante superación, pero. que no por ello deja de formar el sustrato histórico de la evolución social presente. Por otro lado, el derecho legislativo formula normas destinadas a conseguir, en un futuro más o menos cercano, modificaciones que el poder considera necesarias.

Aun cuando fuera legítima por expresar valederamente, en un momento dado, una norma de derecho natural, la ley escrita resulta peligrosa. Por su sola redacción inmoviliza, en efecto, el flujo de la evolución en la que pretende insertarse. Adaptada al presente con vistas al futuro, ya es pasada cuando se la promulga y se tornará cada vez más inactual a medida que corra el tiempo. Prevista para el futuro, desempeñará sin duda- su papel en la historia por venir, pero ésta será sin embargo, en alguna medida, distinta de lo que esperaba, o hasta preveía, el legislador. De ahí la inadecuación del texto a una situación que, no obstante, habrá contribuido a hacer surgir. Mal necesario de las Comunidades demasiado grandes para que el derecho consuetudinario baste para regirlas; el derecho escrito en vano se esfuerza en expresar o preceder la evolución social. Los poderes legislativos deben constantemente, pues, no sólo modificarlo sino también interpretarlo: razón por la cual deben estar colocados por encima de él. La supuesta Ley absoluta que, según los teóricos panjuristas regiría la evolución histórica es la negación misma del derecho válido.

171. La costumbre.

A diferencia del derecho legislativo, el derecho consuetudinario no tiene realidad propia. Está constituido por normas que forman parte de la costumbre y que las autoridades ejecutivas y judiciales reconocen por responder satisfactoriamente a las exigencias básicas de la vida común. Al aplicarlo, el poder manifiesta su respeto por el orden establecido y su voluntad de no innovar ante relaciones que proceden de una larga experiencia. Pero, al margen de este derecho, hay un sinnúmero de normas de la misma naturaleza más de menor importancia cuya vigencia procede de una presión social espontánea. Ningún tribunal castigará la violación de una norma de cortesía, pero el grosero será apartado de ciertos círculos y repudiado por todos los integrantes del conjunto social donde su actitud resulta chocante.

La costumbre abarca todas las normas de convivencia -cualquiera sea su grado de obligatoriedad- que proceden de la historia, encuentren o no su fundamento en el derecho natural.

Su aceptación por los individuos que le están sometidos no procede ni del principio de autoridad ni menos de la razón. La norma consuetudinaria no se acata porque el poder la respalda ni porque se la juzga útil sino porque "esto se hace" y se hace desde hace mucho tiempo atrás. Se trata, pues, de una verdadera ciencia social empírica que fija las constantes. vivenciales determinadas por la práctica.

La costumbre constituye, por lo tanto, un factor de continuidad en la evolución histórica .de la cual procede. Lleva a los individuos a seguir el ejemplo de sus; antepasados y a actuar "como siempre se ha hecho". Pero, por su mismo carácter irracional, impide toda discriminación entre lo necesariamente constante y lo legítimamente cambiante. Mantiene la vigencia del pasado por pasado y no por válido. Traba, por lo tanto, la adaptación necesaria cuando ésta adquiere un carácter de urgencia. Garantía contra los cambios inconsiderados, puede provocar un anquilosamiento que impida cambios necesarios exigidos por nuevos datos exteriores de la evolución social.

A primera vista, la moda parece ubicarse en las antípodas de la costumbre. En efecto, no busca ni consigue la continuidad sino el cambio inmotivado o, por lo menos, innecesario. Sin embargo, pertenece indudablemente, por su naturaleza, al campo que estamos estudiando: es un conjunto de normas irracionalmente aceptadas y cuya violación es sancionada con el desprecio o el ridículo que aislan al individuo arcaizante de su medio social. Lo que nos da la impresión de una diferencia fundamental entre ambos fenómenos es el hecho de que hoy en día, en el mundo civilizado, la moda cambia con suma velocidad 'y carece, por lo tanto, de la característica esencial de la costumbre. Pero no siempre fue así ni mucho menos.

Hasta hace pocos decenios la moda no era sino la costumbre diferencial de reducidos conjuntos sociales de alto nivel. Estrechamente vinculada con la creación artística de la cual procedía, se iba difundiendo y diluyendo lentamente, por imitación, en las poblaciones urbanas. Sólo su generalización suscitaba un cambio. La mayor movilidad las teorías igualitarias y, sobre todo, la influencia de los medíos de difusión de masa han acelerado y ampliado el proceso.

Apenas creada, una nueva moda es adoptada por casi todos y la minoría diferenciada tiene que sustituirla por otra para seguir siendo diferente. Al mismo tiempo se multiplican las fuentes creadoras y al proceso descendente de antes se agrega la difusión ascendente de modas nacidas en conjunto sociales inferiores, cuando no marginales. Tal como la observamos, la moda es la costumbre enloquecida: todos se quieren diferenciar de los demás y, a la vez, imitan masivamente cualquier nueva modalidad social. Volveremos sobre este punto (ver Inciso 207), que ha adquirido un carácter netamente patológico.

LOS CONJUNTOS AMORFOS .Cap. VII del Tratado de Sociologia General

74. Definiciones. 

En los tres capítulos anteriores analizamos conjuntos sociales caracterizados por estructuras morfológicas; vale decir por relaciones orgánicas o tisulares que siempre permanecen firmes y constantes dentro de su marco temporal. Veremos más adelante (Capítulo XVII) que el relajamiento de tales estructuras define precisamente un estado patológico. Sin embargo, la observación y el análisis histórico nos permiten comprobar la existencia de conjuntos de otra naturaleza.

Consideremos cierta cantidad de individuos repartidos en determinado territorio y pertenecientes a distintos conjuntos orgánicos y tisulares, que tienen en común una idea, un sentimiento o un interés. No existe entre ellos relación física alguna, pero sí una superestructura que los puede llevar, en determinado momento, a actuar espontáneamente del mismo modo. Estamos frente a un conjunto social amorfo: la masa, vale decir un gran número de individuos dispersos, pero colocados con respecto a determinado problema en condiciones semejantes.

Observemos ahora a unos transeúntes que pasan por la calle. No se conocen ni tienen nada en común, salvo por casualidad. Se encuentran en el mismo lugar "por motivos distintos tienen metas diferentes. No hay entre ellos, por lo tanto, relación alguna. De repente se produce algo anormal: dos automóviles chocan, o unos obreros empiezan a abrir una zanja. Algunos de los individuos mencionados se detienen entonces para observar el hecho. Se, codean, unidos no sola-mente por la curiosidad común sino también por el contacto físico. Aparentemente, están yuxtapuestos. Sin embargo, en determinadas circunstancias -por ejemplo, la intervención de un agente de policía que. trate de hacerlos circular reaccionarán en forma conjunta. Estamos frente a una muchedumbre, o sea a cierto número de individuos reunidos en el mismo lugar y animados por un sentimiento o un propósito común. Desaparecido el motivo de su formación, el conjunto amorfo en cuestión se disolverá sin que subsistan entre sus integrantes accidentales relaciones de ninguna naturaleza. Por supuesto, no todas las muchedumbres son tan inconsistentes ni tienen una existencia tan breve como la que mencionamos. Pero todas responden básicamente a la definición formulada.

Vemos, pues, que los conjuntos amorfos se dividen en dos categorías bien diferenciadas. En unos casos, notamos entre sus componentes relaciones superestructurales sin sustrato físico y, en otros, relaciones físicas accidentales con consecuencia de orden psíquico que, por su fluidez, no podemos considerar superestructuras. Pero todos carecen de forma y todos están compuestos por meros individuos.

75. La masa.

No es nuestro propósito abordar en esta obra temas de psicología social. Sin embargo, al estudiar la masa y la muchedumbre no podremos evitar totalmente el hacerlo, pues los conjuntos amorfos, precisamente por carecer de forma, se caracterizan por las relaciones psíquicas, duraderas o fugaces, que se establecen entre sus componentes.
En cuanto se considera integrante de una masa y piensa en función de tal, el individuo. se coloca en el nivel en que se encuentra en comunión con los demás. Dicho con otras palabras, los factores preponderantes, cuando no exclusivos, de su pensamiento son los que comparte con todos los componentes del conjunto, con los cuales busca o acepta confundirse. De ahí que la masa se sitúe en el nivel psíquico de sus integrantes menos dotados y se caracterice, pues, por su espíritu simplista. Accidentalmente capaz de emociones y pasiones colectivas, es generalmente apática y conformista. Crédula. se deja llevar por el mito y la mística, nunca por la lógica. Es incapaz de abstracción. Tiene poca capacidad de asimilación e intelección. Su memoria absorbe difícilmente elementos nuevos y olvida rápidamente todo lo que no Se refiere a sus intereses concretos permanentes. Se cree infalible y se muestra intolerante.

La Superestructura que unifica a los elementos constitutivos individuales de la masa expresa, por lo tanto, de un modo irracional y simplificado el factor de cohesión en que se basa. Pero la insuficiencia del vínculo psíquico no afecta el carácter natural del conjunto. En sí, la masa no es patológica, aunque puede volverse tal (ver Inciso 173). Nada más normal, en efecto, que la solidaridad de individuos. que se encuentran, desde cualquier punto de vista, en una situación común. Y nada más normal que la expresión colectiva de tal solidaridad. La masa constituye una realidad básica del orden social. Pero esta realidad no es única ni puede ser preponderante, como lo veremos en el Inciso 78.

Si la masa se funda en un dato elemental de la convivencia social, es obvio que todo individuo pertenece naturalmente no a uno sino a varios conjuntos de este tipo: los que se fundan, respectivamente, en el sexo, la generación, la Comunidad, la confesión religiosa, el estrato, la profesión, los hábitos de compra. etc. Tal pertenencia múltiple no anula necesariamente su personalidad, aunque sí la presiona siempre y, en cierta medida. la condiciona, pero la esquematiza, en cuanto a sus expresiones sucesivas, de modo multifacético. Dicho con otras palabras, la masa no suma a individuos completos, sino solamente a dinamismos psíquicos parciales qué, momentáneamente, anulan los demás o se los subordinan. Hablar de "la masa" no tiene, por lo tanto, sentido alguno si no se precisa su naturaleza. Un conjunto de población nunca constituye una masa sino varias y el individuo actúa como miembro de tal o cual según el impulso del momento.

76. Masa y estructuras.

Nuestro análisis anterior muestra a las claras que la masa absorbe al individuo, reducido a una de sus dimensiones psíquicas, independientemente del marco estructural en que éste se desenvuelve. Salvo caso patológico (ver Inciso 173), no destruye ni sustituye a los grupos sociales y comunidades: se superpone a ellos. El individuo sigue actuando como miembro de su familia, su empresa, su club, etc., y, por intermedio de estas células sociales, de las comunidades intermedias que las federan y de la misma Comunidad. Pero, al margen, integra varias masas que intervienen, pasiva o activamente, en la vida colectiva. La masa no es, por consiguiente, mera proyección superestructural de las estructuras orgánicas sino un conjunto distinto de éstas, que se desenvuelve por cuenta propia y según leyes peculiares.

Esto no quiere decir que la masa sea totalmente ajena a todas las estructuras morfológicas. Los individuos que la componen no pueden, en efecto, hacer abstracción del marco social que los condiciona por corresponder a su naturaleza y a sus necesidades de convivencia. Actúan masivamente conforme a lo que son, aunque según modalidades especiales. Más aún: la masa no se constituye por casualidad ni menos por capricho. Responde a una realidad que, a s-u vez, descansa -para proyectarlas a su modo o para negarlas en la medida en que lo puede hacer- en bases estructurales. La masa de los adeptos de una religión no se confunde, por cierto, con los fieles enmarcados en las células y comunidades eclesiales, pues la mayor parte de sus integrantes no tienen con éstas sino contactos esporádicos. Sin embargo, las creencias que la mueven, por deformadas que estén, proceden de una doctrina cuya elaboración y difusión supone un orden estructural. Pero la masa no respeta este orden sin el cual no existiría: se le escapa sin control alguno. Lo que no impide que lo presione y, en una medida variable, a veces se imponga a él.

Inversamente, la masa puede ser objeto de un proceso interno que, sin destruirla, se basa en ella para crear nuevas estructuras morfológicas. De la masa obrera del siglo pasado, por ejemplo, nacida como consecuencia de un fenómeno patológico que analizaremos más adelante (ver Inciso 198), surgieron los sindicatos, que se han desarrollado en su seno sin ordenarla plenamente pero sí influyendo en todas sus superestructuras.

En ambos casos nos encontramos, pues, aparentemente ante una interacción clásica entre estructuras y superestructuras (ver Inciso 39). Sin embargo, el hecho adquiere aquí matices muy especiales. Las superestructuras de masa no son, en efecto, proyecciones de las estructuras sobre las cuales actúan. No expresan en el campo psicosocial a los conjuntos orgánicos de que proceden o que suscitan. Por el contrario. al surgir de su disociación operativa, los niegan en cierta medida. Expresan una realidad inorgánica, no por destruir lo orgánico -caso límite de naturaleza patológica, como ya lo hemos notado más arriba-, sino por prescindir de él. En cuanto piensan y actúan como integrantes de una masa los individuos se olvidan de sus vínculos estructurales y dejan de acatar el orden jerárquico que hace a la naturaleza misma de toda organización social. De ahí que la masa no pueda existir aisladamente. Necesita de las formas que contradice. Es un mero epifenómeno negativo pero no por eso menos real.

77. La conducción de la masa.

Siendo exclusivamente superestructurales las relaciones de que procede, la masa no tiene ni puede tener estructuras propias de ninguna índole ni, por lo tanto, jerarquía alguna. Esto no significa, sin embargo, que siempre esté librada al juego anárquico de interacciones espontáneas.

Por naturaleza, la masa carece de regulación interna. Surge y se desenvuelve independientemente de la voluntad de sus integrantes, como mera consecuencia de las condiciones comunes en las cuales éstos se encuentran. Es posible, pues, en teoría, concebir una masa “químicamente" pura cuyos estados y movimientos sean simple resultantes de fuerzas individuales que se combinen a ciegas. De hecho, y sobre todo en nuestra época, los grande conjuntos amorfos constituyen una inmejorable materia prima a las minorías dirigentes -legítimas o no- y las que aspiran a serlo. De las masas, en efecto, surge la opinión pública, factor importante, aunque no decisivo, de la evolución social . Ya sabemos que, por sus características (ver Inciso 75), la masa es incapaz de adoptar una actitud razonada, y menos racional, sobre problema alguno. Por el contrario, se ofrece como una especie de cinta registradora dispuesta a recibir cualquier estímulo -imagen, idea o mito- que esté en su nível . De ahí que a la opinión pública se la pueda fácilmente orientar y, en cierta medida, elaborar por la educación y, sobre todo, por la propaganda.

Hasta la primera guerra mundial sólo existía un medio de difusión de gran alcance capaz de influir en las masas: la prensa, a través de la cual penetraban en las capas de población alfabetizadas -como todavía sucede- ideas simplistas e informaciones distorsionadas. La radio amplió el campo de la propaganda pero no agregó gran cosa a los procedimientos de los periódicos: apenas si la fuerza de penetración del sonido pudo crear en los oyentes algunos sencillos reflejos condicionados. El actual empleo, paralelamente con la prensa -cada vez más ilustrada- y la radio, de medios audiovisuales, cine y televisión, ha modificado totalmente la situación. Por un lado, en efecto, la imagen audiovisual se impone a la mente, y en especial al subconsciente, con un poder casi irresistible. Por otro lado, el excesivo aflujo de imágenes de este tipo supera la capacidad intelectual de ordenamiento de la mayor parte de los individuos, cuyas defensas mentales quiebra. En fin, el condicionamiento pavloviano resulta facilísimo de crear.

La o las minorías que disponen de los medios de difusión están así cada vez más en condiciones de manejar a las masas y consiguen hacerlo en la medida en que saben elegir estímulos adecuados y no tropiezan con una resistencia pasiva suscitada por actitudes demasiado fuertemente enraizadas. La masa sigue siendo amorfa, pero una o varias minorías exteriores a ella la conducen desde afuera, imponiéndole de hecho una jerarquía ajena cuidadosamente camuflada.

78. La muchedumbre.

En algunos 'casos las interacciones masivas, estimuladas o no, adquieren tal grado de tensión que impelen a ciertos integrantes del conjunto a reunirse en un mismo lugar. Pero causas muy diferentes, inclusive normas legales o consuetudinarias como lo veremos más adelante (Inciso 80), pueden también dar el mismo resultado: la aglomeración física de cierto número de individuos.

La muchedumbre, cualquiera sea su origen, presenta desde' el punto de vista psicosocial las mismas características fundamentales que la masa, pero llevadas a su paroxismo por el' contacto tangible que establece entre sus componentes. El individuo que se consideraba, de ser el caso, miembro de la masa se siente y es, indudablemente, integrante de la muchedumbre. Piensa y actúa como tal, sin posibilidad alguna de recapacitación inmediata. Al espíritu gregario se suma, además, el contagio emocional de que nace, como por una especie de ósmosis biopsÍquica, la unidad dinámica de un todo que se impone casi totalmente a sus partes. En dos puntos, sin embargo, la muchedumbre se diferencia de la masa. Por un lado, es mucho más emotiva y por lo tanto mucho más versátil. Por otro, da a sus integrantes un sentimiento de irresponsabilidad y una garantía de impunidad. De ahí su tendencia a la agresividad y su increíble capacidad de violencia Y crueldad.

Tales semejanzas y diferencias nos explican por qué la masa, pasiva, sólo constituye una especie de telón de fondo de los acontecimientos sociales, mientras que la muchedumbre, activa aun cuando más no fuere que por su misma presencia, se convierte fácilmente en una minoría operante, siempre momentánea y a menudo accidental, pero a veces determinante. Aun en movimiento, la masa sólo incide por inercia. Puede dar o negar su consenso a tal o cual medida, respaldar o aislar a tal o cual minoría activa, y nada más. La muchedumbre, por el contrario, es capaz de tomar decisiones y de realizar actos. Si, por ejemplo, la masa obrera estuviese en condiciones; -lo que no es el caso- de hacer efectivo, durante el tiempo necesario, su mito de la huelga general, inmovilizaría a cualquier gobierno pero no lo podría derribar. Una muchedumbre, en las debidas circunstancias, es capaz de atacar a las fuerzas de seguridad y, eventualmente, de vencerlas.

La concentración física que caracteriza a este último conjunto amorfo lo coloca, por otro lado, desde el punto de vista de la conducción, en una situación muy diferente de la del primero.

La masa es inestable en cuanto a las relaciones que vinculan a sus componentes pero permanece globalmente idéntica a sí misma a lo largo del tiempo o, para ser más exactos, se transforma muy lentamente. No es posible moverla, pues, sino por una larga tarea de penetración. No es éste el caso de la muchedumbre, cuya existencia y actuación es esencialmente accidental. Su conducción sólo puede ser directa e inmediata. Si bien la eficacia del rumor sobre ella no es de despreciar, la palabra del caudillo o el agitador constituye el medio más adecuado para instrumentarla.

79. Muchedumbre espontánea y muchedumbre regulada.

Lo que acabamos de decir se aplica fundamentalmente a las muchedumbres cuyos integrantes se hayan reunido por mera convergencia de decisiones individuales, estimuladas o no.
También vale para los conjuntos amorfos que proceden de . una desintegración, por rechazo de las estructuras verticales que les daban cohesión orgánica: un regimiento amotinado, por ejemplo.

En tales. Muchedumbres espontáneas puede haber relaciones jerárquicas, como ya hemos visto, pero desprovistas de la constancia que las convertiría en factores de formas sociales. Se trata o bien de un mando accidental, como el del agitador, o bien de la aplicación accidental de una jerarquía de mayor alcance y fundamentos distintos, como en el caso de un jefe de Estado que pronuncia una arenga en una plaza pública. Sin embargo, existen otros conjuntos físicos de individuos que responden a nuestra definición de la muchedumbre a pesar de que ni se constituyen espontáneamente ni carecen del todo de estructuras verticales.

Consideremos una asamblea cualquiera: la que congrega a los socios de un club o la que reúne a los diputados de un parlamento democrático. Sus integrantes no se han juntado por casualidad ni por coincidencia accidental de decisiones individuales, sino en virtud de normas jurídicas -estatutarias o legales- bien definidas y su actuación obedece en cierta medida a un reglamento interno. Además, están sometidos a la autoridad de un presidente. Todo parece indicar, pues, que tal asamblea constituye un conjunto social de la misma naturaleza que la asociación (ver Inciso 52), a pesar del aspecto fundamental en que se diferencia de ésta: la concentración de sus miembros en un mismo lugar. Sin embargo, no es así.

Notemos, primero, que el presidente de una asamblea tiene una autoridad muy limitada. No maneja al conjunto como lo hace el presidenta de un club. Sólo dirige los debates con el único propósito de mantener un mínimo de orden físico. No está habilitado para tomar decisiones. A lo más hace aplicar un reglamento anteriormente elaborado o aprobado por sus supuestos subordinados. No podemos, pues, hablar aquí de estructura vertical en el pleno sentido de la expresión: la relación que existe entre presidente y miembros. Se parece a la que vincula a un maestro de ceremonias con las autoridades a las cuales indica los sillones que les corresponden en algún acto solemne. Por otro lado, y es éste el aspecto decisivo, los integrantes de una asamblea actúan, desde el punto de vista psicológico, a pesar de divisiones internas generalmente más acentuadas, del mismo modo que los de una muchedumbre espontánea. Se ubican por debajo de su nivel promedio y se dejan llevar por el irracionalismo, la demagogia, el verbalismo y la irresponsabilidad. Toda asamblea, aun reducida a pocos miembros como en el caso de un jurado, constituye por lo tanto una muchedumbre regulada, apenas distinta en algunos aspectos secundarios de la muchedumbre espontánea.