Presentación del Diccionario de Ciencia Politica.

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jueves, 22 de mayo de 2014

LOS CONJUNTOS AMORFOS .Cap. VII del Tratado de Sociologia General

74. Definiciones. 

En los tres capítulos anteriores analizamos conjuntos sociales caracterizados por estructuras morfológicas; vale decir por relaciones orgánicas o tisulares que siempre permanecen firmes y constantes dentro de su marco temporal. Veremos más adelante (Capítulo XVII) que el relajamiento de tales estructuras define precisamente un estado patológico. Sin embargo, la observación y el análisis histórico nos permiten comprobar la existencia de conjuntos de otra naturaleza.

Consideremos cierta cantidad de individuos repartidos en determinado territorio y pertenecientes a distintos conjuntos orgánicos y tisulares, que tienen en común una idea, un sentimiento o un interés. No existe entre ellos relación física alguna, pero sí una superestructura que los puede llevar, en determinado momento, a actuar espontáneamente del mismo modo. Estamos frente a un conjunto social amorfo: la masa, vale decir un gran número de individuos dispersos, pero colocados con respecto a determinado problema en condiciones semejantes.

Observemos ahora a unos transeúntes que pasan por la calle. No se conocen ni tienen nada en común, salvo por casualidad. Se encuentran en el mismo lugar "por motivos distintos tienen metas diferentes. No hay entre ellos, por lo tanto, relación alguna. De repente se produce algo anormal: dos automóviles chocan, o unos obreros empiezan a abrir una zanja. Algunos de los individuos mencionados se detienen entonces para observar el hecho. Se, codean, unidos no sola-mente por la curiosidad común sino también por el contacto físico. Aparentemente, están yuxtapuestos. Sin embargo, en determinadas circunstancias -por ejemplo, la intervención de un agente de policía que. trate de hacerlos circular reaccionarán en forma conjunta. Estamos frente a una muchedumbre, o sea a cierto número de individuos reunidos en el mismo lugar y animados por un sentimiento o un propósito común. Desaparecido el motivo de su formación, el conjunto amorfo en cuestión se disolverá sin que subsistan entre sus integrantes accidentales relaciones de ninguna naturaleza. Por supuesto, no todas las muchedumbres son tan inconsistentes ni tienen una existencia tan breve como la que mencionamos. Pero todas responden básicamente a la definición formulada.

Vemos, pues, que los conjuntos amorfos se dividen en dos categorías bien diferenciadas. En unos casos, notamos entre sus componentes relaciones superestructurales sin sustrato físico y, en otros, relaciones físicas accidentales con consecuencia de orden psíquico que, por su fluidez, no podemos considerar superestructuras. Pero todos carecen de forma y todos están compuestos por meros individuos.

75. La masa.

No es nuestro propósito abordar en esta obra temas de psicología social. Sin embargo, al estudiar la masa y la muchedumbre no podremos evitar totalmente el hacerlo, pues los conjuntos amorfos, precisamente por carecer de forma, se caracterizan por las relaciones psíquicas, duraderas o fugaces, que se establecen entre sus componentes.
En cuanto se considera integrante de una masa y piensa en función de tal, el individuo. se coloca en el nivel en que se encuentra en comunión con los demás. Dicho con otras palabras, los factores preponderantes, cuando no exclusivos, de su pensamiento son los que comparte con todos los componentes del conjunto, con los cuales busca o acepta confundirse. De ahí que la masa se sitúe en el nivel psíquico de sus integrantes menos dotados y se caracterice, pues, por su espíritu simplista. Accidentalmente capaz de emociones y pasiones colectivas, es generalmente apática y conformista. Crédula. se deja llevar por el mito y la mística, nunca por la lógica. Es incapaz de abstracción. Tiene poca capacidad de asimilación e intelección. Su memoria absorbe difícilmente elementos nuevos y olvida rápidamente todo lo que no Se refiere a sus intereses concretos permanentes. Se cree infalible y se muestra intolerante.

La Superestructura que unifica a los elementos constitutivos individuales de la masa expresa, por lo tanto, de un modo irracional y simplificado el factor de cohesión en que se basa. Pero la insuficiencia del vínculo psíquico no afecta el carácter natural del conjunto. En sí, la masa no es patológica, aunque puede volverse tal (ver Inciso 173). Nada más normal, en efecto, que la solidaridad de individuos. que se encuentran, desde cualquier punto de vista, en una situación común. Y nada más normal que la expresión colectiva de tal solidaridad. La masa constituye una realidad básica del orden social. Pero esta realidad no es única ni puede ser preponderante, como lo veremos en el Inciso 78.

Si la masa se funda en un dato elemental de la convivencia social, es obvio que todo individuo pertenece naturalmente no a uno sino a varios conjuntos de este tipo: los que se fundan, respectivamente, en el sexo, la generación, la Comunidad, la confesión religiosa, el estrato, la profesión, los hábitos de compra. etc. Tal pertenencia múltiple no anula necesariamente su personalidad, aunque sí la presiona siempre y, en cierta medida. la condiciona, pero la esquematiza, en cuanto a sus expresiones sucesivas, de modo multifacético. Dicho con otras palabras, la masa no suma a individuos completos, sino solamente a dinamismos psíquicos parciales qué, momentáneamente, anulan los demás o se los subordinan. Hablar de "la masa" no tiene, por lo tanto, sentido alguno si no se precisa su naturaleza. Un conjunto de población nunca constituye una masa sino varias y el individuo actúa como miembro de tal o cual según el impulso del momento.

76. Masa y estructuras.

Nuestro análisis anterior muestra a las claras que la masa absorbe al individuo, reducido a una de sus dimensiones psíquicas, independientemente del marco estructural en que éste se desenvuelve. Salvo caso patológico (ver Inciso 173), no destruye ni sustituye a los grupos sociales y comunidades: se superpone a ellos. El individuo sigue actuando como miembro de su familia, su empresa, su club, etc., y, por intermedio de estas células sociales, de las comunidades intermedias que las federan y de la misma Comunidad. Pero, al margen, integra varias masas que intervienen, pasiva o activamente, en la vida colectiva. La masa no es, por consiguiente, mera proyección superestructural de las estructuras orgánicas sino un conjunto distinto de éstas, que se desenvuelve por cuenta propia y según leyes peculiares.

Esto no quiere decir que la masa sea totalmente ajena a todas las estructuras morfológicas. Los individuos que la componen no pueden, en efecto, hacer abstracción del marco social que los condiciona por corresponder a su naturaleza y a sus necesidades de convivencia. Actúan masivamente conforme a lo que son, aunque según modalidades especiales. Más aún: la masa no se constituye por casualidad ni menos por capricho. Responde a una realidad que, a s-u vez, descansa -para proyectarlas a su modo o para negarlas en la medida en que lo puede hacer- en bases estructurales. La masa de los adeptos de una religión no se confunde, por cierto, con los fieles enmarcados en las células y comunidades eclesiales, pues la mayor parte de sus integrantes no tienen con éstas sino contactos esporádicos. Sin embargo, las creencias que la mueven, por deformadas que estén, proceden de una doctrina cuya elaboración y difusión supone un orden estructural. Pero la masa no respeta este orden sin el cual no existiría: se le escapa sin control alguno. Lo que no impide que lo presione y, en una medida variable, a veces se imponga a él.

Inversamente, la masa puede ser objeto de un proceso interno que, sin destruirla, se basa en ella para crear nuevas estructuras morfológicas. De la masa obrera del siglo pasado, por ejemplo, nacida como consecuencia de un fenómeno patológico que analizaremos más adelante (ver Inciso 198), surgieron los sindicatos, que se han desarrollado en su seno sin ordenarla plenamente pero sí influyendo en todas sus superestructuras.

En ambos casos nos encontramos, pues, aparentemente ante una interacción clásica entre estructuras y superestructuras (ver Inciso 39). Sin embargo, el hecho adquiere aquí matices muy especiales. Las superestructuras de masa no son, en efecto, proyecciones de las estructuras sobre las cuales actúan. No expresan en el campo psicosocial a los conjuntos orgánicos de que proceden o que suscitan. Por el contrario. al surgir de su disociación operativa, los niegan en cierta medida. Expresan una realidad inorgánica, no por destruir lo orgánico -caso límite de naturaleza patológica, como ya lo hemos notado más arriba-, sino por prescindir de él. En cuanto piensan y actúan como integrantes de una masa los individuos se olvidan de sus vínculos estructurales y dejan de acatar el orden jerárquico que hace a la naturaleza misma de toda organización social. De ahí que la masa no pueda existir aisladamente. Necesita de las formas que contradice. Es un mero epifenómeno negativo pero no por eso menos real.

77. La conducción de la masa.

Siendo exclusivamente superestructurales las relaciones de que procede, la masa no tiene ni puede tener estructuras propias de ninguna índole ni, por lo tanto, jerarquía alguna. Esto no significa, sin embargo, que siempre esté librada al juego anárquico de interacciones espontáneas.

Por naturaleza, la masa carece de regulación interna. Surge y se desenvuelve independientemente de la voluntad de sus integrantes, como mera consecuencia de las condiciones comunes en las cuales éstos se encuentran. Es posible, pues, en teoría, concebir una masa “químicamente" pura cuyos estados y movimientos sean simple resultantes de fuerzas individuales que se combinen a ciegas. De hecho, y sobre todo en nuestra época, los grande conjuntos amorfos constituyen una inmejorable materia prima a las minorías dirigentes -legítimas o no- y las que aspiran a serlo. De las masas, en efecto, surge la opinión pública, factor importante, aunque no decisivo, de la evolución social . Ya sabemos que, por sus características (ver Inciso 75), la masa es incapaz de adoptar una actitud razonada, y menos racional, sobre problema alguno. Por el contrario, se ofrece como una especie de cinta registradora dispuesta a recibir cualquier estímulo -imagen, idea o mito- que esté en su nível . De ahí que a la opinión pública se la pueda fácilmente orientar y, en cierta medida, elaborar por la educación y, sobre todo, por la propaganda.

Hasta la primera guerra mundial sólo existía un medio de difusión de gran alcance capaz de influir en las masas: la prensa, a través de la cual penetraban en las capas de población alfabetizadas -como todavía sucede- ideas simplistas e informaciones distorsionadas. La radio amplió el campo de la propaganda pero no agregó gran cosa a los procedimientos de los periódicos: apenas si la fuerza de penetración del sonido pudo crear en los oyentes algunos sencillos reflejos condicionados. El actual empleo, paralelamente con la prensa -cada vez más ilustrada- y la radio, de medios audiovisuales, cine y televisión, ha modificado totalmente la situación. Por un lado, en efecto, la imagen audiovisual se impone a la mente, y en especial al subconsciente, con un poder casi irresistible. Por otro lado, el excesivo aflujo de imágenes de este tipo supera la capacidad intelectual de ordenamiento de la mayor parte de los individuos, cuyas defensas mentales quiebra. En fin, el condicionamiento pavloviano resulta facilísimo de crear.

La o las minorías que disponen de los medios de difusión están así cada vez más en condiciones de manejar a las masas y consiguen hacerlo en la medida en que saben elegir estímulos adecuados y no tropiezan con una resistencia pasiva suscitada por actitudes demasiado fuertemente enraizadas. La masa sigue siendo amorfa, pero una o varias minorías exteriores a ella la conducen desde afuera, imponiéndole de hecho una jerarquía ajena cuidadosamente camuflada.

78. La muchedumbre.

En algunos 'casos las interacciones masivas, estimuladas o no, adquieren tal grado de tensión que impelen a ciertos integrantes del conjunto a reunirse en un mismo lugar. Pero causas muy diferentes, inclusive normas legales o consuetudinarias como lo veremos más adelante (Inciso 80), pueden también dar el mismo resultado: la aglomeración física de cierto número de individuos.

La muchedumbre, cualquiera sea su origen, presenta desde' el punto de vista psicosocial las mismas características fundamentales que la masa, pero llevadas a su paroxismo por el' contacto tangible que establece entre sus componentes. El individuo que se consideraba, de ser el caso, miembro de la masa se siente y es, indudablemente, integrante de la muchedumbre. Piensa y actúa como tal, sin posibilidad alguna de recapacitación inmediata. Al espíritu gregario se suma, además, el contagio emocional de que nace, como por una especie de ósmosis biopsÍquica, la unidad dinámica de un todo que se impone casi totalmente a sus partes. En dos puntos, sin embargo, la muchedumbre se diferencia de la masa. Por un lado, es mucho más emotiva y por lo tanto mucho más versátil. Por otro, da a sus integrantes un sentimiento de irresponsabilidad y una garantía de impunidad. De ahí su tendencia a la agresividad y su increíble capacidad de violencia Y crueldad.

Tales semejanzas y diferencias nos explican por qué la masa, pasiva, sólo constituye una especie de telón de fondo de los acontecimientos sociales, mientras que la muchedumbre, activa aun cuando más no fuere que por su misma presencia, se convierte fácilmente en una minoría operante, siempre momentánea y a menudo accidental, pero a veces determinante. Aun en movimiento, la masa sólo incide por inercia. Puede dar o negar su consenso a tal o cual medida, respaldar o aislar a tal o cual minoría activa, y nada más. La muchedumbre, por el contrario, es capaz de tomar decisiones y de realizar actos. Si, por ejemplo, la masa obrera estuviese en condiciones; -lo que no es el caso- de hacer efectivo, durante el tiempo necesario, su mito de la huelga general, inmovilizaría a cualquier gobierno pero no lo podría derribar. Una muchedumbre, en las debidas circunstancias, es capaz de atacar a las fuerzas de seguridad y, eventualmente, de vencerlas.

La concentración física que caracteriza a este último conjunto amorfo lo coloca, por otro lado, desde el punto de vista de la conducción, en una situación muy diferente de la del primero.

La masa es inestable en cuanto a las relaciones que vinculan a sus componentes pero permanece globalmente idéntica a sí misma a lo largo del tiempo o, para ser más exactos, se transforma muy lentamente. No es posible moverla, pues, sino por una larga tarea de penetración. No es éste el caso de la muchedumbre, cuya existencia y actuación es esencialmente accidental. Su conducción sólo puede ser directa e inmediata. Si bien la eficacia del rumor sobre ella no es de despreciar, la palabra del caudillo o el agitador constituye el medio más adecuado para instrumentarla.

79. Muchedumbre espontánea y muchedumbre regulada.

Lo que acabamos de decir se aplica fundamentalmente a las muchedumbres cuyos integrantes se hayan reunido por mera convergencia de decisiones individuales, estimuladas o no.
También vale para los conjuntos amorfos que proceden de . una desintegración, por rechazo de las estructuras verticales que les daban cohesión orgánica: un regimiento amotinado, por ejemplo.

En tales. Muchedumbres espontáneas puede haber relaciones jerárquicas, como ya hemos visto, pero desprovistas de la constancia que las convertiría en factores de formas sociales. Se trata o bien de un mando accidental, como el del agitador, o bien de la aplicación accidental de una jerarquía de mayor alcance y fundamentos distintos, como en el caso de un jefe de Estado que pronuncia una arenga en una plaza pública. Sin embargo, existen otros conjuntos físicos de individuos que responden a nuestra definición de la muchedumbre a pesar de que ni se constituyen espontáneamente ni carecen del todo de estructuras verticales.

Consideremos una asamblea cualquiera: la que congrega a los socios de un club o la que reúne a los diputados de un parlamento democrático. Sus integrantes no se han juntado por casualidad ni por coincidencia accidental de decisiones individuales, sino en virtud de normas jurídicas -estatutarias o legales- bien definidas y su actuación obedece en cierta medida a un reglamento interno. Además, están sometidos a la autoridad de un presidente. Todo parece indicar, pues, que tal asamblea constituye un conjunto social de la misma naturaleza que la asociación (ver Inciso 52), a pesar del aspecto fundamental en que se diferencia de ésta: la concentración de sus miembros en un mismo lugar. Sin embargo, no es así.

Notemos, primero, que el presidente de una asamblea tiene una autoridad muy limitada. No maneja al conjunto como lo hace el presidenta de un club. Sólo dirige los debates con el único propósito de mantener un mínimo de orden físico. No está habilitado para tomar decisiones. A lo más hace aplicar un reglamento anteriormente elaborado o aprobado por sus supuestos subordinados. No podemos, pues, hablar aquí de estructura vertical en el pleno sentido de la expresión: la relación que existe entre presidente y miembros. Se parece a la que vincula a un maestro de ceremonias con las autoridades a las cuales indica los sillones que les corresponden en algún acto solemne. Por otro lado, y es éste el aspecto decisivo, los integrantes de una asamblea actúan, desde el punto de vista psicológico, a pesar de divisiones internas generalmente más acentuadas, del mismo modo que los de una muchedumbre espontánea. Se ubican por debajo de su nivel promedio y se dejan llevar por el irracionalismo, la demagogia, el verbalismo y la irresponsabilidad. Toda asamblea, aun reducida a pocos miembros como en el caso de un jurado, constituye por lo tanto una muchedumbre regulada, apenas distinta en algunos aspectos secundarios de la muchedumbre espontánea. 

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