Presentación del Diccionario de Ciencia Politica.

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jueves, 22 de mayo de 2014

LOS CAMBIOS SUPERESTRUCTURALES. Cap. XVI del Tratado de Sociologia General.

163. Generales. 

Por su naturaleza psíquica (ver Inciso 39), las superestructuras son mucho más fluidas que las estructuras propiamente dichas. Esto no quiere decir que cambien necesariamente con mayor frecuencia sino que son movedizas y están en perpetua evolución aun cuando permanezcan estables en sus grandes líneas. Basta para ilustrar este punto comparar las relaciones psíquicas que vinculan, en la familia, al varón y a la mujer con la' relación biológica que los une y que constituye la base estructural del grupo.

En escala de la evolución histórica, la fluidez superestructural obliga al analista a una esquematización que le permite definir claramente épocas bien diferenciadas pero que le impide a menudo notar la continuidad esencial del cambio. Así nos acostumbramos a considerar la cristianización de Europa como una ruptura con el paganismo y el Renacimiento como la negación de la Edad Media. Dejamos de percibir que, en ambos casos, se trata de estadíos sucesivos de un mismo proceso. No solamente la trasmutación tardó mucho tiempo en efectuarse sino que el cambio visible no paso de un afloramiento repentino en el proceso evolutivo del mismo paganismo y de la misma Edad Media.

Lo que también dificulta el análisis de las superestructuras es que éstas sólo excepcionalmente pertenecen a una única Comunidad. Por lo general se manifiestan en varios conjuntos sociales autónomos, dando así la impresión de que son independientes de la duración comunitaria a la cual parecen superpuestas, como las nubes que corren por encima de un continente y sueltan lluvias sin tener en cuenta las fronteras lo están al territorio de tal o cual país. Las estructuras pueden ser las mismas en varias Comunidades, como habitualmente lo son: no por eso los grupos que están constituidos según ellas dejan de pertenecer claramente a tal o cual conjunto autónomo en particular. En tanto que una creencia, una idea o un valor común tiene una realidad abstracta que parece ser distinta de sus manifestaciones concretas.

Tres son las causas de esta aparente independencia superestructural. En primer lugar, las condiciones de vida de varias Comunidades yuxtapuestas suelen evolucionar paralelamente y, siendo así, exigen respuestas idénticas. En segundo lugar, las creaciones psíquicas circulan muy fácilmente de una Comunidad a otra, lo que permite un intercambio permanente y provoca, por imitación, una gran similitud - a menudo más aparente que real - de formas. En fin, y es éste el punto más importante, la raza, raras veces privativa de una única Comunidad, constituye un factor fundamental de las superestructuras. Estas, en efecto, surgen 'de las estructuras funcionales pero las superan interpretándola. Las relaciones jerárquicas entre gobernantes y gobernados son las mismas en todos los conjuntos sociales porque dimanan de la naturaleza del ser humano. Pero la aplícacíón de la justicia, por ejermplo, que depende de la concepción del derecho, varía considerablemente de raza a raza aun cuando el texto legislativo sea el mismo. El sustrato étnico (ver Incisos 136 a 138) incide, por cierto, en las estructuras, pero lo hace por intermedio de las superestructuras que dimanan directamente de él.

164. El progreso

La capacidad creadora de las razas, ya lo sabemos (ver Inciso 95), es muy desigual. Proviene, en efecto, no sólo de la capacidad psíquica sino también y sobre todo del dinamismo mental, vale decir del afán de progreso. Los resultados obtenidos, sin embargo, no proceden exclusivamente de estos factores. La inteligencia más aguda, la sensibilidad más exquisita y el ímpetu creador más decidido no serían causas de ningún progreso apreciable sin la memoria que, gracias al lenguaje, permite acumular lo conocimientos y progresar a partir de una base cada vez más elevada. Criado en una tribu paleolítica, el más genial de los individuos de hoy no llegaría a descubrir ni el origen de la lluvia. El hombre es un heredero (ver Inciso 3) y se aprovecha de las creaciones de sus antecesores para ir más lejos que ellos.

Tal progreso no es continuo ni indefinido, sin embargo. Hay razas que no son capaces de crear más allá de determinado nivel. Hay otras que se estancan, como esterilizadas mentalmente, y se limitan a imitarse a sí mismas o a copiar a las demás. Aún las que siguen yendo adelante no lo hacen constantemente con el mismo ímpetu. En fin hay Comunidades que degeneran y retroceden (ver Inciso 229). El mito del Progreso tan caro a algunos pensadores de los dos últimos siglos, no responde a los datos del análisis histórico. No basta que una forma sea nueva para que sea mejor. Los. hombres de hoy son indudablemente mucho más civilizados que los del neolítico pero no es muy evidente que lo sean más cue los atenienses del siglo V AC. o los europeos del siglo XIII Como la misma evolución social de que forman parte, y cualquiera sea la escala de valores que sirva de criterio a nuestros juicios, los dinamismos superestructurales siguen una curva sinusoidal con resultante variable (ver Inciso 133).

Al mito del Progreso se vincula directamente la famosa "ley de los tres estados." mediante la cual Augusto Comte creía poder formular el orden histórico ineludible de las superestructuras. Tan realista en otros aspectos, el padre de la sociología científica pagó tributo a su época cuando sostuvo que la humanidad, y en ella cada pueblo, pasaba necesaria y sucesivamente por el estado teológico o ficticio, el estado metafísico o abstracto y el estado científico o positivo. El análisis histórico está muy lejos de confirmar semejante interpretación. Más bien nos muestra los tres estados en cuestión presentes, en proporciones variables, en todas las épocas. y la prevalencia de la explicación científica -vale decir relativa- de los fenómenos sobre la teológica y la metafísica no constituye, por cierto, ningún progreso ni menos una meta insuperable para el pensamiento humano.

165. Civilización y cultura .

Reconozcamos que todo juicio comparativo de niveles. de civilización es discutible, pues depende de la escala de valores sobre cuya base la formularnos; escala ésta que constituye una superestructura variable que depende de la civilización alcanzada. Se trata, pues, de un círculo vicioso imposible de quebrar.

El mismo concepto de civilización es muy difícil de definir.
Se lo confunde con cultura, can conocimientos, con sensibilidad y hasta con desarrollo técnico. No hay pueblo que se considere bárbaro: el bárbaro es siempre el otro. Nada más natural, a pesar de la imprecisión de lenguaje que el hecho suscita. Pues la civilización no es sino la herencia psicosocial constituida a lo largo de los siglos, que hace que el hombre se beneficie con todo lo adquirido mediante el esfuerzo de las generaciones anteriores. La palabra se aplica, por lo tanto, - válidamente a cualquier conjunto de adquisiciones pasadas, independientemente de lo que éstas sean y de lo que valgan desde talo cual punto de vista. De ahí que cada civilización tenga características propias en cuanto a sus líneas de evolución y determinado grado actual y potencial de desarrollo.

En la práctica, el término adquiere cierta relatividad científicamente aceptable. La barbarie pura es el estado del hombre que no ha heredado nada de sus antepasados: el salvaje que vive corno cualquier otro animal o el proletario que ha sido privado de los bienes superestructurales que pertenecen

a la Comunidad. Pero, fuera de estos límites, llamaremos co-rrectamente civilizaci6n a todo capital apreciable producido por creaciones acumuladas, Un pueblo civilizado no es necesariamente creador: pero lo fue o recibi6 una herencia inmerecida. Si lo es o lo fue, la civilizaci6n que posee es fruto de sus dotes étnicas. Si, por el contrario, se beneficia con una civilización ajena, o se la incorpora adaptándola a su ser auténtico, o se limita a repetir una lecci6n bien o mal aprendida y pierde así su originalidad sin adquirir más que un barniz tal vez engañador pero siempre inconsistente.
El concepto de cultura es aún más difícil de aprehender que el de civilización. La etimología, sin embargo, nos ayuda a hacerlo. Cultivar la tierra no es poblarla de árboles sino prepararla de tal manera que la semilla que se eche en ella encuentre un suelo ya listo para recibirla y hacerle dar, en flores. y en frutos, todas sus posibilidades. La cultura del hombre es el resultado de una preparaci6n análoga, de un trabajo de formaci6n que lo haga apto para sentir, pensar, actuar y crear, y también, de modo más general, para adoptar talo cual actitud frente a la vida. La definici6n de Madame de Stael sólo es paradójica en apariencia. La cultura es realmente “lo que permanece cuando se lo ha olvidado todo": sensibilidad, inteligencia e ímpetu.

Ahora bien: el individuo nace en una sociedad que posee una civilización de la cual forman parte los métodos de formación del niño y del adulto. Y por métodos no querernos expresar tanto las técnicas educativas como el conjunto de presiones diversas que el medio ejerce sobre el individuo que surge y se desarrolla en su seno. Pero los individuos experimentan de modo distinto la accion del medio común.

No tienen todos la misma herencia biopsíquica. No están destinados todos a desempeñar la misma función. La cultura no puede, por lo tanto, ser idéntica para todos. Debe, por el contrario, ser adecuada al "terreno" a que se aplica. Formar para la caza un perro de policía sería perder el tiempo. Someter a un congoleño a las disciplinas de las humanidades grecolatinas; no bastaría para suscitar en él la concepción occidental del mundo y sólo haría de él un inadaptado. De ahí que cada civilización se diversifique, bajo la influencia de las condiciones de vida particulares de los distintos núcleos de población, en culturas múltiples que corresponden a las Comunidades, comunidades intermedias y estratos sociales que abarca. Se puede así hablar, dentro de la civilización occidental, de culturas mediterránea y nórdica, francesa y argentina, andaluza y tucumana, aristocrática y obrera, etc.

Formas éstas que evolucionan cada una por su cuenta dentro del marco general que les da su sustancia y que ellas, a su vez, enriquecen o debilitan con sus aportes creativos e interpretativos.

166. El arte y la filosofía.

Siendo, como acabamos de verlo, herencia Superestructural hecha de creaciones acumuladas, parecería a primera vista, contrariamente a nuestro análisis del penúltimo inciso, que la civilización no pudiera retroceder jamás y que, en el peor de los casos, se estancara en la mera repetición del pasado. Sin embargo, no es así. Las condiciones de vida cambiantes exigen, en efecto, una constante adaptación creativa aun para conservar un capital que sin ella iría perdiendo paulatinamente vida y, por lo tanto, vigencia. ,;Qué significa para los griegos de hoy una herencia que, por la transformación que sufrió su raza, ya no son capaces ni de entender plenamente? ¿Qué valor cultural tiene para un banquero parisiense de nuestro siglo la galería de cuadros que no constituye para él más que una inversión segura? A las grandes explosiones creadoras que marcan los apogeos de la curva evolutiva suceden normalmente períodos de relajamiento. Pero éstos, que preparan nuevas afirmaciones, nada tienen que ver con el anquilosamiento de la incomprensión.

La creación, en efecto, siempre es obra de una élite. Pero, para ser civilizadora, necesita de un ámbito receptivo e interpretativo. Esto es cierto, en especial, con respecto al arte y a la filosofía, que, a partir de los reducidos grupos que les aportan elementos nuevos, tienen que irradiarse en círculos concéntricos de resonancia decreciente hasta influir en la capa de población menos culta. De ahí la importancia de la comunicación, que exige a la vez una preparación adecuada del público receptor - una cultura- y el empleo por el creador de un lenguaje comprensible. El artista y el filósofo condensan, en efecto, el flujo de su pensamiento en relaciones fijas; o sea en imágenes, dando a la palabra el amplio sentido que tiene en psicología. Recurren, por lo tanto, a un simbolismo convencional, paulatinamente establecido y modificado en el curso de los siglos, que es de naturaleza social en el sentido de que se lo conoce y entiende, en mayor o menor medida.

Este lenguaje está hecho de fórmulas preestablecidas que el creador es constreñido a aceptar si quiere sumar su aporte a la civilización que lo informa. Es libre, por cierto, de alejarse de las metáforas admitidas para buscar y emplear un simbolismo nuevo que le sea estrictamente personal y que exprese mejor la sustancia movediza de su vida interior. Pero se condena así a un esoterismo que constituye una forma de parasitismo social. Se realiza aprovechando un patrimonio colectivo al que se niega a agregar una obra que conserva egoístamente para sí.

El arte y la filosofía son indudablemente los campos en los cuales la creación tiene la mayor posibilidad de difundirse con influencia decreciente pero real hasta las capas de menor cultura. Por su mera presencia, la obra de arte modela v afina la sensibilidad del espectador, mientras que la concepción del mundo y de la vida que proyecta la filosofía incide en el pensamiento colectivo y orienta la acción del pueblo todo. Así se define más claramente el carácter aristocrático de la civilización.

167. La ciencia.

Como el arte y la filosofía, la ciencia es obra de minorías de élite y los conocimientos que va adquiriendo se degradan al difundirse en los distintos estratos sociales. No podemos, sin embargo, colocarla en el mismo plano que las disciplinas arriba mencionadas. Pues se diferencia de ellas, hoy en día, en un punto fundamental. tiene aplicación práctica, especialmente en el campo económico.

Durante milenios la ciencia fue, también ella, meramente especulativa. Buscaba, con fines cognoscitivos y educativos., establecer las leyes que rigen el mundo de la materia. No es que nuestros antepasados no fueran capaces de ir más allá. Sabemos de máquinas de vapor que movían puertas. de templos egipcios y estatuas griegas. Encontramos una pila eléctrica en las ruinas milenarias de Bagdad. y la alquimia medieval está muy lejos de habernos revelado todos sus secretos. , Por otra parte, el diseño de un acueducto romano o la construcción de una catedral gótica no requerían menos conocimientos científicos que la fabricación de tal o cual máquina de hoy. Pero, hasta el advenimiento del capitalismo, no había interés en mecanizar la producción, cuyo campo se reservaba al arte y a su derivado, la artesanía.

Desde hace doscientos años la ciencia se ha hecho ambivalente. Por un lado, sigue acumulando, Con ritmo acelerado, conocimientos que pasan, a enriquecer la civilización. Aplicada en gran escala a la transformación de la naturaleza, amplía el dominio del hombre sobre su medio cósmico, lo que permite más acción creadora. Pero, por otro lado, el maquinismo -aun dejando a un lado su aprovechamiento indebido en un régimen patológico (ver Inciso 177) - convierte al productor en un robot y sustituye la calidad por la cantidad. Así van perdiéndose las técnicas artesanales que constituían parte importante de una herencia de siglos y milenios. Así va desapareciendo la sensibilidad del pueblo, en todas sus capas, aplastada por ros diseños "funcionales", los materiales de síntesis, los colores chillones y las bebidas quimícas . Así va rebajándose la cultura general, pervertida por los medios de difusión que actúan en el nivel de la masa. Hablar de "civilización industrial" constituye una broma de mal gusto. Pues el maquinismo ha causado más perjuicios a la civilización que todos los invasores bárbaros juntos.

El motivo fundamental de esta siniestra eficacia reside en el carácter exclusivamente racional de la ciencia. El arte v la filosofía comprometen al creador y al receptor en la totalidad de su naturaleza humana. La ciencia, por el contrario, desencarna a su cultor, lo reduce a un cerebro indiferente a todo lo que no sea la exactitud matemática de sus descubrimientos y de las aplicaciones que de ellos se pueda hacer. No faltan científicos que, harían estallar el planeta para probar una teoría.

168. La religión.

El arte, la filosofía y la ciencia inciden en la evolución histórica al imponer a todos los integrantes del conjunto social, aunque en un grado variable según el nivel cultural de los distintos estratos, valores e ideas comunes. Pero sólo reducidas minorías creadoras desempeñan un papel activo en esos campos. La gran mayoría se limita a absorber elementos ajenos que asimila en la medida de sus posibilidades. Muy diferentes aparecen, desde este punto de vista, las superestructuras religiosas y éticas. Son también, por supuesto, consecuencias de creaciones minoritarias pero se elaboran sobre bases que hacen a la misma naturaleza del ser humano en su doble aspecto individual y social' y se des-arrollan con la participación activa de todos.

Por poco que piense, el hombre no puede dejar de plantearse problemas referentes al origen del mundo de que forma parte y a la finalidad de su propia vida. Su misma imperfección lo lleva a buscar explicaciones sobrenaturales de lo que supera su entendimiento. Llega así a admitir la existencia de uno o varios seres, exteriores y superiores a la realidad normalmente perceptible, que rigen el encadenamiento de los fenómenos cósmicos. A estos dioses los define en relación con la naturaleza humana, atribuyéndoles sus propias calidades y posibilidades, pero en un grado máximo, y negándoles sus propios- defectos y limitaciones. Salvo para el metafísico, que logra a veces y en cierta medida escapar de semejante antropomorfismo, el ser sobrenatural no es sino un superhombre, padre o amo, capaz de ayudar o de perjudicar a los humanos según los juicios que formule y los sentimientos que experimente a su respecto. Se busca entonces entrar en contacto, congraciarse y hasta pactar con él. De ahí la plegaria, las prácticas rituales y, en el más alto nivel, los ejercicios místicos.

Desde el punto de vista sociologico, el único que nos interesa aquí, la religión es, por lo tanto, un conjunto de creencias y prácticas relacionadas con la Divinidad considerada_ como causa primera del universo y causa final de la conducta humana. Su carácter social es evidente, no sólo por las estructuras eclesiales que suscita sino también por su considerable incidencia en el comportamiento colectivo. La fe de la Edad Media contribuyo poderosamente a dinamizar y orientar la evolución social de la época, mientras que el dogma de la predestinacion sumió en la pasividad a algunos pueblos islamizados.

Estos dos ejemplos no se han elegido al azar. Nos permiten, en efecto, mostrar claramente dos aspectos contradictorios de las superestructuras religiosas.. En el primer caso, una raza fuerte impone su dinamismo natural a las creencias que adopta y transforma: nada más alejado del judeocristianismo primitivo que el catolicismo heroico de los cruzados. En el segundo, una creencia modifica tan eficazmente la mentalidad de pueblos decadentes que logra adormecerlos para siglos.

169. La ética.

Como la religi6n, con la cual están tan estrechamente vinculados, los valores morales surgen de la naturaleza humana. No existen Valores objetivos que sirvan de faros interiores a la conducta y a los juicios del individuo y cuyas indicaciones capte la conciencia moral. En la realidad, .es la conciencia -o subconsciencia psíquica la que se pronuncia según los datos personales que posee (1). Sin embargo, no creamos que la ética sea tan inestable como se podría suponer al considerar el perpetuo devenir del pensamiento. Hay en el ser humano constantes dinámicas que constituyen los rasgos permanentes de la personalidad en cuanto tiene de específico y de particular y que dan base a sus criterios morales. Entre dichas constantes figuran las que se refieren a la naturaleza social del hombre. De ahí la oposicion, más o menos marcada, entre moral individual y moral social.

Los valores éticos que proceden de las exigencias de la vida colectiva tienen por misión y efecto limitar la determinación personal de los actos y los juicios. El individuo acepta las imágenes normativas "prefabricadas" que emanan de Su medio y elabora otras con ayuda de los elementos que le proporciona su experiencia de la vida comunitaria porque su naturaleza no sólo las tolera sino que las exige. Esto no excluye los conflictos interiores. Esencialmente, el hombre es animal social, pero no miembro de tal o cual conjunto. Por lo tanto, el principio del valor social es indiscutible, pero no tal valor nacido de tal modalidad de la evolución histórica. Lo que significa que la ética, como las demás superestructuras, es cambiante, aunque no en todo su contenido, y que el hombre, también en este campo, es creador.

Ahora. bien: de la moral depende la conducta del individuo, vale decir la orientación que da a su dinamismo. Es ella la que hace al héroe y al delincuente. Es ella la que suscita el sacrificio y el parasitismo, Sus normas influyen, por lo tanto, de modo directo en la afirmación y proyección del ente social colectivo.

Los valores de paz -amor, solidaridad, caridad, etc.- generalmente, no son discutidos por constituir su acatamiento la condición obvia de la convivencia. Es excepción al respecto, en el mundo de hoy, el honor (afirmación del valor personal por parte del ser humano e intención de respetarlo y hacerlo respetar), que se menosprecia y hasta se considera negativo. Sin embargo, estando el hombre naturalmente -y, a veces, además voluntariamente- incorporado en grupos y comunidades, el honor supone la afirmación, hasta el sacrificio indivídual, de los valores sociales. Es la base de la lealtad a las normas de vida colectivas y a los jefes naturales que encarnan el orden jerárquico de la Comunidad. El honor constituye, pues, un aspecto fundamental de la ética social. De él depende en gran parte el respeto de las estructuras imprescindibles para la afirmación de todo conjunto humano.

Los valores de guerra son menos fácilmente admitidos que los valores de paz. Es éste el caso, en especial, del heroísmo, aceptación y búsqueda del riesgo y del sacrificio en provecho de un interés superior o considerado tal. Se trata, sin embargo, de un factor importante de la evolución histórica puesto que de él proceden en gran medida, en tiempos de guerra, la tensión interna del ente social en conflicto y su capacidad de afirmación en la lucha y de proyección en la victoria, como también la de reacción en la derrota. –

(1) Cf, Mahieu, Jaime María de, La naturaleza: del hombre, Ed. Arayú, Buenos Aires, 1955.

170. El derecho.

Comparadas con las normas éticas, las superestructuras jurídicas parecen caracterizarse por su inestabilidad. La moral de un pueblo cambia con el ritmo de los siglos, cuando no de los milenios, mientras que su derecho, o sea el conjunto de las normas que rigen o deberían regir la convivencia de sus elementos constitutivos -individuales y colectivos-, da la impresión de modificarse día tras día. Impresión incorrecta, ésta, que proviene del hecho de que abarcamos en un mismo concepto tres realidades distintas: el derecho natural, conjunto de las normas que proceden de la naturaleza misma de los entes sociales, considerados en sus relaciones necesarias; el derecho consuetudinario, conjunto de las normas surgidas, en el curso del proceso histórico, de las exigencias convivencíales; y el derecho legislativo -o positivo--, conjunto de las normas dictadas por los poderes constituidos. Sólo este último padece, a veces, una inestabilidad que refleja una situación patológica o revolucionaria. El derecho natural puede ser violado, pero no modificado. El derecho consuetudinario no es sino la adecuación secundaria del anterior a los cambios de situación que se producen a lo largo de la historia, o sea variaciones sobre un mismo tema permanente.

Derecho natural y derecho consuetudinario expresan la realidad necesaria de la convivencia presente. El derecho legislativo, por el contrario, siempre está atrasado o adelantado con respecto a dicha realidad. No hace sino expresar en fórmulas las instituciones, satisfactorias o no, de una época. Pero no de la época presente sino de un pasado más o menos actualizado, solo se trata, pues, desde este punto de vista, de la supervivencia jurídica de una situación de hecho en vías de constante superación, pero. que no por ello deja de formar el sustrato histórico de la evolución social presente. Por otro lado, el derecho legislativo formula normas destinadas a conseguir, en un futuro más o menos cercano, modificaciones que el poder considera necesarias.

Aun cuando fuera legítima por expresar valederamente, en un momento dado, una norma de derecho natural, la ley escrita resulta peligrosa. Por su sola redacción inmoviliza, en efecto, el flujo de la evolución en la que pretende insertarse. Adaptada al presente con vistas al futuro, ya es pasada cuando se la promulga y se tornará cada vez más inactual a medida que corra el tiempo. Prevista para el futuro, desempeñará sin duda- su papel en la historia por venir, pero ésta será sin embargo, en alguna medida, distinta de lo que esperaba, o hasta preveía, el legislador. De ahí la inadecuación del texto a una situación que, no obstante, habrá contribuido a hacer surgir. Mal necesario de las Comunidades demasiado grandes para que el derecho consuetudinario baste para regirlas; el derecho escrito en vano se esfuerza en expresar o preceder la evolución social. Los poderes legislativos deben constantemente, pues, no sólo modificarlo sino también interpretarlo: razón por la cual deben estar colocados por encima de él. La supuesta Ley absoluta que, según los teóricos panjuristas regiría la evolución histórica es la negación misma del derecho válido.

171. La costumbre.

A diferencia del derecho legislativo, el derecho consuetudinario no tiene realidad propia. Está constituido por normas que forman parte de la costumbre y que las autoridades ejecutivas y judiciales reconocen por responder satisfactoriamente a las exigencias básicas de la vida común. Al aplicarlo, el poder manifiesta su respeto por el orden establecido y su voluntad de no innovar ante relaciones que proceden de una larga experiencia. Pero, al margen de este derecho, hay un sinnúmero de normas de la misma naturaleza más de menor importancia cuya vigencia procede de una presión social espontánea. Ningún tribunal castigará la violación de una norma de cortesía, pero el grosero será apartado de ciertos círculos y repudiado por todos los integrantes del conjunto social donde su actitud resulta chocante.

La costumbre abarca todas las normas de convivencia -cualquiera sea su grado de obligatoriedad- que proceden de la historia, encuentren o no su fundamento en el derecho natural.

Su aceptación por los individuos que le están sometidos no procede ni del principio de autoridad ni menos de la razón. La norma consuetudinaria no se acata porque el poder la respalda ni porque se la juzga útil sino porque "esto se hace" y se hace desde hace mucho tiempo atrás. Se trata, pues, de una verdadera ciencia social empírica que fija las constantes. vivenciales determinadas por la práctica.

La costumbre constituye, por lo tanto, un factor de continuidad en la evolución histórica .de la cual procede. Lleva a los individuos a seguir el ejemplo de sus; antepasados y a actuar "como siempre se ha hecho". Pero, por su mismo carácter irracional, impide toda discriminación entre lo necesariamente constante y lo legítimamente cambiante. Mantiene la vigencia del pasado por pasado y no por válido. Traba, por lo tanto, la adaptación necesaria cuando ésta adquiere un carácter de urgencia. Garantía contra los cambios inconsiderados, puede provocar un anquilosamiento que impida cambios necesarios exigidos por nuevos datos exteriores de la evolución social.

A primera vista, la moda parece ubicarse en las antípodas de la costumbre. En efecto, no busca ni consigue la continuidad sino el cambio inmotivado o, por lo menos, innecesario. Sin embargo, pertenece indudablemente, por su naturaleza, al campo que estamos estudiando: es un conjunto de normas irracionalmente aceptadas y cuya violación es sancionada con el desprecio o el ridículo que aislan al individuo arcaizante de su medio social. Lo que nos da la impresión de una diferencia fundamental entre ambos fenómenos es el hecho de que hoy en día, en el mundo civilizado, la moda cambia con suma velocidad 'y carece, por lo tanto, de la característica esencial de la costumbre. Pero no siempre fue así ni mucho menos.

Hasta hace pocos decenios la moda no era sino la costumbre diferencial de reducidos conjuntos sociales de alto nivel. Estrechamente vinculada con la creación artística de la cual procedía, se iba difundiendo y diluyendo lentamente, por imitación, en las poblaciones urbanas. Sólo su generalización suscitaba un cambio. La mayor movilidad las teorías igualitarias y, sobre todo, la influencia de los medíos de difusión de masa han acelerado y ampliado el proceso.

Apenas creada, una nueva moda es adoptada por casi todos y la minoría diferenciada tiene que sustituirla por otra para seguir siendo diferente. Al mismo tiempo se multiplican las fuentes creadoras y al proceso descendente de antes se agrega la difusión ascendente de modas nacidas en conjunto sociales inferiores, cuando no marginales. Tal como la observamos, la moda es la costumbre enloquecida: todos se quieren diferenciar de los demás y, a la vez, imitan masivamente cualquier nueva modalidad social. Volveremos sobre este punto (ver Inciso 207), que ha adquirido un carácter netamente patológico.

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